Utopías posibles

El profesorado que se zambulle

Muchas veces estas chicas y chicos hablan mal, con malos modales, porque lo único que han recibido en su vida ha sido eso

Respétame. Escúchame. Valórame. Tres palabras que podrían ser un buen resumen de las necesidades de todo el alumnado, especialmente en la adolescencia y en aquellos casos en que la vida les ha hecho creer que no merecen ser respetados, ni escuchados, ni valorados. En estas tres palabras pueden concentrarse todas sus necesidades y lo mejor que podemos regalarles.

¿Cuántos de nosotros llegaríamos a una reunión con personas casi desconocidas y opinaríamos libremente sobre su forma de ser, sacando defectos, diciendo lo que tienen que hacer, utilizando toda clase de adjetivos y metiéndonos en sus asuntos personales? ¿qué grado de confianza necesitaríamos para hacer todo este tipo de comentarios sin problema alguno? ¿por qué lo hacemos con niñas y niños, con adolescentes? Hace un par de semanas, un grupo de chicas y chicos repetidores, con problemas de convivencia y circunstancias personales desastrosas me hablaban de su profesor de educación física, mi amigo Jose Murillo. Me dijeron que "este profesor es el único que nos respeta". Les pregunté porqué decían eso, y me respondieron que "cuando va a opinar sobre nosotros, nos pide permiso, nos pregunta ¿puedo hablar de tí? Y si le decimos que no, no dice nada". Seguro que habrá otras fórmulas, otras maneras de hacer, pero lo que está claro es que esta simple frase, pidiendo permiso, es transformadora.

Muchas veces estas chicas y chicos hablan mal, con malos modales, porque lo único que han recibido en su vida ha sido eso: desconsideración, desprecio, faltas de respeto. Han normalizado esa conducta. La manera de cambiar esa realidad no puede ser a base de charlas morales, ni mucho menos mediante medidas disciplinarias. Solo se puede cambiar desde el ejemplo y la transformación de las relaciones cotidianas. A lo anterior podríamos añadir: no me trates como si fuera tonto, dame el mejor de los saberes, la más alta de las culturas. Enséñame la pasión por el conocimiento, por aquello a lo que llevas media vida dedicado. Como dice brillantemente Daniel Pennac: "Los profesores que me salvaron […] no se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más… Y acabaron sacándome de allí".

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