Se prohíbe respirar

Sornas aparte, creo que se hace necesaria una seria meditación sobre esta compulsiva tendencia a prohibir

El rosario de motivos por los que cualquier fulano llega a ofenderse puede ser tan variopinto y tan extenso como le den su imaginación, su estulticia, su ignorancia o sus ganas de dar por saco. Vivir en comunidad sorteando conflictos, respetando límites y tratando de hacer sociedades más justas es un proceso complejo e inagotable que muchas veces pasa de barroco a rococó por miedo a decirle a más de uno que se busque un psiquiatra y deje al mundo respirar. En el afán de tantos por moldear a la fuerza el entorno a su criterio en vez de buscar la manera de convivir desde la comprensión se llega a estupideces tan preocupantes como prohibir a una madre dar el pecho a su bebé en la calle. No sé de dónde nace esta poco neurótica iniciativa, pero dudo que sea por una avalancha descontrolada de mujeres invadiendo las ciudades en actitud desafiante y con chiquillos colgando de sus atributos mamarios. Esto de querer legislarlo todo a golpe de prohibición me parece que se nos está yendo de las manos y somos tan vagos y tan cortitos que en lugar de educar para coexistir lo hacemos para enfrentar. Otra de esas polémicas prohibiciones también tiene que ver con dar de comer, en concreto con dar de comer a animales, también en la calle. En este caso entiendo que una actuación así pueda dar lugar a concentraciones masivas de caninos y felinos en la urbe con el correspondiente aumento de desechos orgánicos y su más que probable crecimiento poblacional, lo cual acabaría ocasionando un severo problema, como poco, de higiene. Pero, una vez más, no veo que el número de personas dedicadas a dar alimento a gatos indocumentados sea alarmante. Cuando la capacidad resolutiva de quienes disponen normativas es un punto neuronal en blanco o un modelo de dejadez reflexiva, la única vía recurrida y recurrente es la de cortar por lo sano y a otra cosa, mariposa. Antes de ayer se prohibía dar de comer a las palomas, ayer se extendía la prohibición a otras especies animales y hoy ya nos toca a los humanos. Parece que a alguien no le agrade ver a otros seres vivos alimentarse fuera de la mesa. Sornas aparte, creo que se hace necesaria una seria meditación sobre esta compulsiva tendencia a prohibir, porque al paso que vamos lo próximo puede ser un peaje por caminar o una tasa por respirar. Por descabellado que suene, y para no llevarnos sorpresas, mejor será no subestimar el poder de la idiocia colectiva.

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