Esta es la nota que mi amiga Carmen Soria le pone a su pareja. Dice que en la rúbrica de evaluación donde menos puntuación tiene es en el orden de la casa. Surrealista, ¿verdad? El amor, las emociones, los sentimientos, no se pueden cuantificar. Sin embargo, ¿por qué no pensamos lo mismo cuando se trata de puntuar algo como el conocimiento humano, que es otro concepto totalmente abstracto? Un profesor se queja amargamente de que no se puedan poner decimales en los boletines de calificaciones. Según él, se evitarían los (dañinos) redondeos, además de ser mucho más justa la calificación. No es justo que si alguien tiene un 8,95, se le ponga un 9. Además, todos sabemos distinguir perfectamente entre un 8,94 y un 8,95, cuando hablamos de conocimiento humano.

Porque señoras y señores, de eso es de lo que hablamos, de poner número a algo que es imposible cuantificar. Cabe aclarar que otra cosa es la evaluación, consustancial al ser humano. Si no evaluamos nuestros actos, no podemos mejorar. Si nuestras amistades nos dan de lado, tendremos que analizar qué hemos hecho mal o bien y qué han hecho mal o bien los demás. En cualquier trabajo, tendremos que comprobar si lo estamos haciendo bien o mal, o qué cosas podríamos hacer mejor. Sin evaluación, no hay aprendizaje. Las preguntas son siempre: «¿qué hacemos bien?», «¿qué hacemos mal?» y «¿cómo podemos mejorar?».

Tras un par de décadas de docencia, aún no entiendo bien la relación entre esas preguntas y el 8,37. Quizá sea porque no llego al 5. Lo suelo expresar con franqueza a mi alumnado: las calificaciones es algo que nos exigen. Nada más. Una enorme jugarreta del sistema, empeñado en clasificar personas.

Habrá quien diga que eso es lo que se ha sacado en un examen. Pero el examen solo evalúa una parte del conocimiento, por un procedimiento muy concreto. Alguien con un 4,8 puede haber aprendido mucho más que otra persona con un 9. Puede que haya aprendido a trabajar en grupo, conocimientos previos, se haya interesado de verdad, es más constante… pero el segundo sabe aprobar exámenes. Nada más. Lo triste es que el segundo será merecedor de todo tipo de elogios, y el primero solo será digno de lástima.

No se si hoy mi columna llegará al 5. La verdad, me da igual... Otro día hablaremos de cómo la preparación para «selectividad» pronto servirá de excusa para que se clasifiquen seres humanos desde la Educación Infantil.

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