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Imagen. / Juan Antonio Muñoz Muñoz

Miguel de Cervantes Saavedra, muerto en 1616, muy poco después de publicarse la segunda parte de El Quijote, seguro es que discreparía, o quizás recibiera con sonrisa irónica, algunas de las interpretaciones más o menos eruditas de su prodigiosa obra. Si bien cada lector advertirá o sacará valioso provecho de la lectura por razones, coincidentes o distintas, que también cambian con la relectura, pasados los años y algo más aderezada, por ello, la vida de quien lee. No obstante, una de las consideraciones compartidas para explicar las cervantinas intenciones de El Quijote es la de su carácter irónico ‒como la presumible sonrisa del universal complutense, por nacido en Alcalá de Henares‒, ya que desmontó la severa entereza, la rigidez doctrinal de la tradición caballaresca, con un burlesco prodigio que descuella en la literatura universal. Mas también importa que el héroe cervantino lo fuera, entre otras razones, por no rebajar sus ideales en función de las conveniencias, además de defender, con firme compromiso y desinteresadamente, justas causas. Razones por las que no es mala cosa buscar la cervantina compañía de don Quijote, ya que la ironía, bien aplicada, es sabia, y el altruismo ensalza en la vida andante

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