La ratonera

Decía Ortega hace casi un siglo que el de Cataluña era un asunto irresoluble. Se quedó corto don José

Lo suyo sería escribir hoy alguna cosa sobre el reencuentro, y no sólo con los lectores, sino también con nosotros mismos, con los hogares recuperados que todavía huelen a vacío, con el sillón de oreja, con nuestros libros de cabecera, con los sonidos de la pequeña radio a primera hora de la mañana, con esos lugares cotidianos que parecen olvidados después de tanto tiempo. Es tan largo el verano y pesado como un adolescente sin hora, que llega un momento en que uno echa de menos la dictadura del despertador y la rutina del día a día.

La actualidad, sin embargo, no está por la labor, y el otoño todavía no estrenado se presenta calentito. Han pasado ya algunos días, pero todavía no salimos del asombro de lo bajo que puede caer un pueblo que pierde el norte buscando su destino. Lo que ocurrió el otro día en la manifestación de Barcelona fue posiblemente lo más vergonzoso que se recuerda en democracia. Más que un problema de legalidad, que también, es sobre todo un asunto de irresponsabilidad, y de dignidad. El jefe del Estado en la cabecera de la marcha junto al presidente del Gobierno, dejados allí a su suerte en aquella ratonera, bien a tiro de los insultos de la plebe a la que, paradójicamente, mostraban su apoyo en aquellos duros momentos.

Ha sido todo tan grotesco, ha sido tanta la deslealtad demostrada por las autoridades catalanas, y son tantos los silencios miserables que atronan en las conciencias, que hasta el brutal ataque yihadista en la calle más emblemática de la ciudad ante miles de personas indefensas ha quedado en segundo plano. Es tal la asquerosa politización de cualquier cosa ya en España, que se puede montar una megamanifestación contra el terrorismo… y echarles la culpa a todos menos a los terroristas. ¿Pues no dice Pablo Iglesias que todo fue por la guerra de Iraq?

Decía Ortega hace casi un siglo que el de Cataluña era un asunto irresoluble. Se quedó corto don José: es un asunto irresoluble, irrazonable… y ya hasta irrespirable. Llega un límite que lo que pide el cuerpo es la celebración de una vez del dichoso referéndum, que les den puerta, y allí se queden con su Puigdemont, su Colau y su Guardiola. Claro que es mala solución para todos y para nosotros primero, y seguro que pagan justos por pecadores, pero no estaría de más que algunos justos se pronunciaran de vez en cuando y ayudaran a encontrar la salida de esta otra ratonera.

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