De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

La rebelión televisada

El ataque al Capitolio es más bien el último acto, hasta el momento, de una poderosa rebelión cultural contra la democracia y sus principios

Una de las características de nuestra era es la apabullante preeminencia de la señal audiovisual, no solo en la presentación de informaciones sino en la conformación de la opinión pública. La controversia ciudadana no surge del mentidero, ni de los lugares de encuentro social. Ya no hay casas del pueblo, ni círculos mercantiles, ni casinos. Siguen existiendo las sombras a disposición de las élites, claro está. Pero para el pueblo llano solo queda la pantalla (del televisor, del móvil, del pc); de ella emana la idea del mundo que hoy prevalece.

Al captar la imagen de una turba asaltando el parlamento norteamericano, violentando sus accesos, persiguiendo a policías despavoridos o muriendo bajo las balas, los líderes de opinión y los asesores partidistas activaron de inmediato el "motor de búsqueda" en que han convertido sus computerizados cerebros, a fin de hallar situaciones "escénicamente" equiparables. Unos, ciñéndose a las entradas "asalto" y "parlamento", se toparon sin esfuerzo con Tejero; otros prefirieron asirse a la solución que brindaban las voces "congreso" y "rodear" para acusar a Podemos de estar detrás del trumpismo en España. Con esas impactantes simplificaciones se contribuyó, sin duda, a la edición cinematográfica de aquella tarde terrible y se brindó al público un conmovedor espectáculo.

Pero, mientras la realidad es así empaqueta en pequeñas bolsitas plastificadas, aptas para el consumo de los correligionarios o del público de teleseries, muchos prefieren ignorar (o que los demás ignoren) que lo ocurrido en Washington DC no tiene que ver con los últimos rebufos de una tiranía agonizante (como el golpe del 81), ni mucho menos es la expresión democrática de un descontento generacional (como fue el 15 M). El ataque al Capitolio es más bien el último acto, hasta el momento, de una poderosa rebelión cultural contra la democracia y sus principios. Bolsonaro, el Bréxit o la deriva autoritaria de Hungría y Polonia son también hitos de esta revolución. La pregunta es si nos sentaremos cómodamente a disfrutar el telefilm mientras teatrales líderes colocan su "merchandising" o emplearemos los recursos políticos para devolver a occidente a la cordura. La política sirve para frenar el salvajismo con debates serenos, al abrigo de los grandes principios comunes. En España deberíamos aprender la lección. Y pronto, a ser posible.

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