La reconquista del Islam

El ataque estival contra Rushdie no fuera solo un atentado contra la literatura sino contra esta civilización occidental

El ayatolá Jomeini alborotó al mundo 1989, al dictar una fetua instando a matar a S. Rushdie solo por haber escrito un libro, «Versos satánicos» que, según él, ofendía su idea del islam. Un designio egotista, al igualar pecado a delito, que no logró ejecutar, aunque renovó paradigmas intolerantes no solo para la vida del escritor, que pasó a vivir escondido, sino al propagar entre sus fieles la idea de castigar toda expresión creativa (ya fuera de un caricaturista danés o un semanario francés), que aludiera a su fe de forma poco ortodoxa. Y al exhortar a sus huestes fanáticas a islamizar el mundo, equiparando libertad de expresión con herejía, y matando o inmolándose para asegurare así un Paraíso donde comer, beber y copular. De ahí que el ataque estival contra S. Rushdie no fuera solo un atentado contra la literatura sino contra esta civilización occidental cuyas oscuras raíces medievales, por cierto, se nutrieron del fulgor de una cultura árabe hoy agónica y falseada por ese islam fanático. Y ante tal desvarío se alzan cada vez más fuertes, voces intelectuales, oigan la del sirio Adonis, clamando por abrir un debate en el seno del mundo árabe sobre los derechos humanos, actualmente pisoteados por unos líderes que predican la violencia, el analfabetismo y la misoginia, adulterando así la letra y el espíritu de su religión. Y por reconquistar una relectura libre y reflexiva de esa gran cultura milenaria, porque ni el Corán ni el Profeta arengan a matar a nadie ni proscriben las libertades personales. Pero claro aun si esto fuera posible, no sería ni fácil ni rápido: el catolicismo tardó siglos solo para acercarse a la modernidad. Además, qué ejemplo les ofrecemos desde esta parte del mundo que llamamos civilizado cuando callamos o celebramos que un dron estadounidense acuchillara hace unos días a Zawahiri, o antes a otros, sin más juicio ni más fetua que algún informe de la CIA, confío que más solvente que el que certificó que había armas nucleares en Irak. Pues eso, que al final todo suena a triste utopía, al menos hasta que no ocurra alguna tragedia global y que estalle algún clamor popular imparable, atronador, acaso universal, a favor de que se respete por fin una "Declaración de derechos humanos" para toda la humanidad (porque la que existe sigue sin firmarse ni por el islam ni por el Estado Vaticano) y se dote a la ONU de medios coactivos, sin vetos, para su defensa.

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