La república de los iletrados

La política es la reflexión sobre cómo gestionar el poder. Pretender que sea otra cosa nos conduce a todos a una república de iletrados

Puede parecer un atrevimiento y probablemente se tome así, pero en nuestra comunidad tenemos un grave problema que no admitimos y que por eso tiende a perpetuarse. La política no se toma como una reflexión, o como un pensamiento crítico; todo lo contrario parece un mercadillo de opiniones que solo sirven para enfrentar al pueblo entre sí; es decir, es un ruido y nada más. Todos hablamos de política de una manera un tanto ilegítima -y yo me incluyo-. Si partimos de una definición histórica, la política es la reflexión sobre la gestión del poder. A partir de ahí es posible afirmar que la "reflexión" no existe en el momento presente. Por un lado no se reflexiona sobre cómo gestionar la administración pública porque se rivaliza por el liderazgo, conduciendo a la polarización del pueblo. Por otro lado en lugar de reflexión tenemos un relato guionizado proveniente de los gabinetes de comunicación de los partidos. Esta ya no es la sociedad de las ideas sino la de los relatos al amparo de la sociedad de la información. Finalmente no hay reflexión porque no existe cultura política, algo que ya dijo Aranguren, prologuista de la democracia española. Nadie se ha tomado en serio hacer pedagogía política para que la ciudadanía aprenda a votar y a exigir legítimamente. Y por eso en la actualidad el pueblo no sabe muy bien qué es eso de la política o no sabe a ciencia cierta cuando habla de qué está hablando. Creo que todos confundimos la política con un viejo drama de la guerra civil, donde los bandos de izquierda y derecha se enfrentaban entre sí. Nadie sabe que la política no son solo los partidos, o las ideas, o las banderas. La política es sobre todo una reflexión. Al igual que la ética es la reflexión sobre el bien y el mal, la política es solo una reflexión sobre la gestión del poder. Pretender que sea otra cosa nos convierte en unos iletrados. Insistir en un permanente discurso binario (de izquierdas o de derechas) nos conduce al anacronismo, precisamente por la juventud histórica de esos términos. Dejarse llevar por los deseos de la clase política hace de nosotros ciudadanos sumisos, porque debe ser justo al contrario. En definitiva somos todos unos iletrados porque en nuestros comentarios no hay reflexión política sino repetición de eslóganes y el sabor de la guerra civil. Vivimos por tanto en la república de los iletrados.

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