La resurrección de la carne

La lucha interior entre su fe y condición sexual explica la tensión que respira el fresco

En el verano de 2000 mi mujer y yo nos encontrábamos en la Capilla Sixtina, inmovilizados dentro de una turba de turistas que elevaban sus miradas hacia los esplendores del techo pintado. En medio del sofoco del mes de julio, aumentado por el contacto de los cuerpos, asistimos a un hecho esperpéntico; un vigilante de seguridad se abría paso a empujones entre la multitud. Su objetivo era amonestar a una chica que llevaba una camiseta de tirantes y no se había cubierto los hombros para acceder a la capilla. Bajo aquella explosión de cuerpos desnudos pintados por el florentino quinientos años antes, la Iglesia actual pedía cubrirse a los visitantes. El episodio me sugirió el tríptico "Pecado", que pinté nada más volver. En él, una Eva moderna ofrece sus manzanas a dos obispos. Uno de ellos, que ya ha sucumbido a la tentación, devora una de ellas; el otro, que porta las tablas de la ley, desaprueba iracundo la escena. En aquel momento, el testero de la capilla estaba cubierto por las labores de restauración del "Juicio Final", el canto de cisne de un escultor homosexual -metido a pintor por imposición papal- ya sexagenario. La minuciosa restauración mostró el revoltillo de corpulencias desnudas y la sexualidad explícita en muchas de sus partes. En concreto, a la derecha del Cristo juez se encuentran los elegidos; entre la muchedumbre hay varias parejas de hombres abrazándose o besándose en los labios. Santa Catalina vuelve su cabeza hacia el sexo de San Blas, recurso del artista que ya aparece en el Adán y Eva de la bóveda. En los años que pinta el Juicio Final, Miguel Ángel se halla incendiado por el fuego del amor; desde 1534 se ha establecido definitivamente en Roma, tras conocer al bello y refinado Tommaso dei Cavalieri, objeto de su veneración. Atormentado por un hipotético castigo divino, no duda en escribir: "Vivo para el pecado, vivo muriendo; mi vida no es mía, es del pecado". Esta terrible lucha interior entre su fe y su condición sexual explica la tensión y el drama que respira todo el fresco. Desde que se descubrió la obra recién pintada en 1541, el Juicio Final ha generado una polémica inagotable a lo largo de los siglos. Después de su restauración, Wojtyla quiso zanjarla cuando lo calificó de "santuario teológico del cuerpo humano". Pero el mensaje de represión sexual del fresco sigue vivo, hoy más que nunca, en el seno de una Iglesia que no ha hecho los deberes en ese ámbito, y su fuerza plástica, emocionante y grandiosa, sigue turbando a cuantos se colocan frente a él.

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