Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

La resurrección del pontificador

No estaría de más que todos tuviéramos presente que la autoridad ha de ser contrastable y debe actuar constructivamente

El pontificador es una figura tan antigua como la historia de la humanidad. Su misión consiste, básicamente, en utilizar su prestigio social para justificar ideas al servicio de los grupos hegemónicos en cada contexto social. De ese modo, instalados en una autoridad social reconocida, activan tópicos que, poco a poco, terminan formando parte de lo consabido por la comunidad, con independencia de que sean ciertos o no.

Estos días hemos asistido a la intervención de significativas maniobras de pontificación, en ámbitos como el sanitario y el económico, tan sensibles en los tiempos post-COvid. Un estudio, anunciado como científico, aseguraba que la alopecia favorece la pandemia. Solo que, buceando dentro de la noticia, el lector encuentra que a esa conclusión se llega tras estudiar a 129 individuos. Con más de 10 millones de contagios, la relevancia de ese minúsculo grupo no precisa de mayores comentarios. Días después, un eminente científico del CSIC realizaba predicciones apocalípticas, naturalmente, sobre el futuro del COVID-19. La información obviaba que, en efecto, se trata de un científico reconocido, solo que en biología marina y, más en concreto, en genética de los moluscos.

Simultáneamente, el Banco de España puso su prestigio al servicio de dos ideas nada inocentes. Anunció la caída inevitable de las pensiones a consecuencia de la crisis derivada de la pandemia. Para paliarla, a continuación, recomendó la inevitable subida del IVA; esto es, de los impuestos indirectos que no discriminan a quien tiene más menos poder adquisitivo. Al ciudadano de a pie, por supuesto, se le habrían ocurrido otras soluciones, desde recortar el número de políticos hasta gravar seriamente a los que incluso están teniendo beneficios en estos tiempos.

Pero todas esas, y otras, objeciones se diluyen ante el espejismo que aportan las figuras de autoridad, por más que no lo sean en sentido estricto o que actúen desde intereses sectarios. Al final todo se diluye, los datos volanderos, el momento de gloria del científico estrella, la información sesgada. Solo permanece el argumento reforzado desde el ejercicio de pontificación, cumpliendo con su misión, calando en el tejido social. No estaría de más que todos tuviéramos presente que la autoridad ha de ser contrastable y debe actuar constructivamente. Solo así lo que comunique será digno y respetable. El resto es charlatanería tendenciosa, a lo sumo forrada de oropel.

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