Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Los retos del mensaje global postpandémico

La política lleva tiempo aportando lamentables contraejemplos a la bonhomía comunicativa que reclamaba el maestro chino

La OMS anda preocupada por las secuelas (de momento imperceptibles) derivadas de la pandemia. Advierte severamente sobre la desorientación masiva del planeta, sin referencias y receloso de los parámetros hasta ahora conocidos. Ante la fehaciente gravedad de la situación, las OMS con urgencia llama a filas a filósofos, teólogos, psicólogos y científicos sociales. Tampoco es que descubra algo de radical novedad. Los humanistas son, desde luego, quienes más capacitados están para repensar el mundo y construir un nuevo mensaje colectivo.

De hecho, no es la primera vez que sucede. Entre los siglos VI y V a. C., Confucio realizó una crucial aportación para la reconstrucción ética de la antigua China. En ella se mantuvo muy atento a la comunicación, en la que veía un agente privilegiado de civilidad social. El maestro de Lu, entre otras observaciones, recriminaba el uso de palabras vanas y falsas. El lenguaje fatuo, el mero adorno verbal sin sustancia, solo podían conducir al desconcierto. En cuanto a la mentira, de por sí implicaba la quintaesencia de la confusión. Ambos eran comportamientos verbales reprobables que, en su opinión, denotaban la nula catadura de quienes los practicaban. Mayor gravedad si cabe les atribuía entre los dirigentes, fundamentalmente porque estos debían ser el ejemplo que inspirase a sus administrados. De un gobierno amoral, con una comunicación inadecuada, solo cabía esperar una sociedad caótica y abrupta.

La política española lleva tiempo aportando lamentables contraejemplos a la bonhomía comunicativa que reclamaba el maestro chino. Esta semana ha resultado especialmente desconsiderada con unos ciudadanos que llevamos tiempo soportando una pandemia durísima. Entre ese despropósito generalizado, una vez más, ha destacado sobre manera Isabel Díaz Ayuso. No ha vacilado en achacar la intervención del gobierno central a la catalanidad del ministro Illa, para agregar después que se ha hecho a tiro limpio. Sobran los comentarios. Si para ejercer la política fuese requisito ineludible aprobar un examen de tolerancia y buenas maneras confucianas, Díaz Ayuso se habría quedado sin convocatorias.

En todo caso, puestos a recuperar clásicos, no está de más recordar la vieja convicción ilustrada de que el poder reside en el pueblo, en nosotros, no en nuestros pésimos políticos. Tampoco estaría de más despedirlos, sin más. Sería una manera saludable de proponer un nuevo mensaje colectivo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios