Sin sábados

El último sábado que tomé café en una cafetería de Almería las mesas estaban más separadas que antes

Los sábados han dejado de existir desde que han cerrado todas las cafeterías en Almería capital. Siguen estando abiertos los kioskos, repletos todavía de periódicos, revistas y número uno de los coleccionables pero ya no tiene sentido salir a comprarlos porque ya no te puedes sentar un un café y escoger el sitio (odio las cafeterías que con las absurdas normas covid teledirigen la mesa donde debes sentarte según seas una, dos o tres personas), sentarte, pedir el café, ponerte las gafas de leer de cerca (tengo una colección de gafas de varias graduaciones, totalmente irrecomendadas por los ópticos, algunas de vistosos colores, renuncio a las nuevas cirugías pese a que también utilizo lentillas, creo en las gafas) y leer parsimoniosamente el periódico, doblando la página donde está el artículo interesante que quieres leer. Beber, sorber, el temperamental café caliente, normalmente de mala calidad (prácticamente en ningún sitio ponen un buen café, es un hecho, pero no soy exquisito). El último sábado que tomé café en una cafetería de Almería, en un establecimiento de postín, las mesas estaban más separadas que antes y el local estaba inusitadamente vacío, eran las nueve de la mañana (las nueve de la noche tampoco existe ya, vamos borrando cosas y conceptos poco a poco). Anteriormente mesas apiñadas que nunca me gustaron, olor a naftalina de caché rancio, la rancia incomodidad bien recibida. Olor a cierre en el ambiente, olor a despedida, olor a último día. También me despedí ritual y sin palabras del peluquero, del vendedor de tebeos de segunda mano y de todo aquel que se borrará de los sábados. Sin estos personajes y establecimientos los sábados ya no tienen sentido y por lo tanto no existen. El día anterior al cierre anunciado (ahora todo se anuncia como probable cuando todo el mundo sabe que es totalmente certero), la dueña de la última cafetería en el último minuto suspiraba y yo corría raudo a comprar el último pantalón. Certificada la muerte del sábado, el alcalde sermonea con lluvia de dinero intangible con el que según anuncia serán agraciados algunos negocios, como un ángel que a la vez extermina y agita el cuerno de la abundancia desviando la culpa hacia los otros. Como en tiempos de leyendas, hay que salir furtivamente del municipio (también cerrado) para disfrutar de los inciertos cafés de los municipios aledaños, todavía inconscientes y abundantes.

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