La cuarta pared

En la salud y en la enfermedad

La calidad de los espacios en los que todo esto pasa no puede ser desatendida

Hoy estoy flojo. Es como si una apisonadora me hubiese pasado por encima. Tras casi una semana de un catarro de esos que te alteran el sueño, te provocan dolor de huesos, malestar y escalofríos, estoy viendo la luz al final de este pequeño túnel. Y en este estado post febril, me ha dado por pensar en la arquitectura hospitalaria a lo largo de los tiempos. Cuando de la salud se trata, lo primero es la calidad de la atención médica. El conocimiento del facultativo, la modernidad del equipamiento y de las pruebas diagnósticas son la prioridad. Pero no es menos cierto, que la calidad de los espacios en los que todo esto pasa no puede ser desatendida. Hay que remontarse a varios milenios atrás, para encontrar los primeros vestigios de hospitales o casas de sanación. En origen, los propios templos, dedicados a los Dioses, eran lugar de formación y aprendizaje para los médicos, y por ende, lugar y refugio de lisiados y enfermos. Del siglo IV después de Cristo datan los primeros hospitales cristianos de Cesárea y Roma.

Pero tras los siglos medievales, en los que las órdenes religiosas y monacales monopolizaron esta atención a través de sus hospicios, bajo unos conocimientos aún más cerca del chamanismo y la astrología para hacer frente de forma infructuosa a las grandes epidemias que asolaban oleada tras oleada el mundo diezmando la población, a partir del siglo XVIII se empezó a atisbar el germen de lo que acabaría siendo la medicina moderna en la cultura occidental. Caso aparte era el mundo islámico, en el que el concepto de hospital estaba arraigado en su cultura bastante más avanzada y humanista en esos siglos oscuros.

Ya bien entrado el siglo XIX, los sanatorios mentales, los balnearios y las casas de salud empezaron a proliferar por Europa muy ligados a la atención de una alta sociedad aristocrática que demandaba un tratamiento exclusivo y en ocasiones más social que sanitario. De mi época de escuela, recuerdo haber estudiado el Sanatorio Purkersdorf, proyectado por Josef Hoffmann, discípulo de Otto Wagner, teniendo la ocasión de visitarlo en un viaje de estudios. Un edificio racionalista, de sencillez constructiva y cubista en lo compositivo, en un entorno boscoso a las afueras de Viena. Remanso de paz al que retirarse una temporada para sanar por dentro y por fuera… al alcance de unos pocos privilegiados. Al menos nos queda después de todo este bagaje, que la luz, y la armonía de espacios humanizados son parte de un tratamiento que ha de estar al servicio de todos.

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