Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Lágrimas
Si fuera cierto que nos gobierna un psicópata, como advierte algún psiquiatra, estamos en situación de emergencia. Porque ese trastorno mental, que no es inusual en otros ámbitos sociales con efectos soportables, cuando se desarrolla en quien ostenta mando en plaza lo convierte en un peligro social. En un personaje carente de empatía, superdotado para la artimaña y obcecado en alcanzar y conservar el poder político a cualquier precio. Precio que no significa nada para él, ya que los riesgos que deriven de sus actos le dejan impasible a causa de un desafecto emocional crónico: tiene una insensibilidad patológica ante los posibles alcances perversos de sus actos lo que, antes o después, suele acarrear graves consecuencias a su entorno. Una insensibilidad que potencia un orgullo grandioso, hybris lo llamaron los clásicos, y una insuperable pericia en el arte de mentir. Al punto que la neurociencia detecta que ese gusto por engañar, venga o no a cuento, se lo excita un vigoroso sistema neuronal de «auto recompensa». O sea, que miente, ¡porque le produce placer hacerlo! Tal cual. Pero la super habilidad que le resulta más útil, y le hace más peligroso, en el ámbito político, acaso sea una especial intuición, casi infalible, para detectar a personas emocionalmente vulnerables, lo que le permite rodearse de colaboradores, de suyo mediocres, que le adoren o le teman, y que él usa o elimina, según necesite. Una destreza selectiva, realmente alarmante, que explicaría la eficacia legendaria del narcisista para, con recursos ajenos, comprar y rodearse de adhesiones irreductibles de tanto palmero (encumbrado por una vez en su vida), que le jalea y le arropa como un gran líder. Un fervor devoto imposible además de rebatir, porque es impermeable a razones legales ni argumentos políticos, para desespero de interlocutores que se desgañitan en vano. Algún psiquiatra opina que solo existe un remedio práctico para conjurar tal amenaza: psicoanalizar a quien presida un gobierno y que se verifique su equilibrio psiquiátrico o que se le inhabilite. Que no sea imposible designar un grupo de expertos en salud mental que dictamine si el trastorno existe y lo incapacita para presidir un país, por el gran peligro que representa para su estabilidad. El diagnóstico psicotécnico del que parte este análisis será, me dirá alguno, solo especulativo, y lo es, pero los síntomas de hybris presidencial, ay, malicio que no tanto.
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