Aquella Aquella tarde fresca, sentada junto al gran ventanal desde el que se dominaba una majestuosa vista de la sierra, aprovechaba los últimos rayos del sol para disfrutar repasando en su ordenador algunas fotografías de sus viajes. Es cierto que no había sido una gran viajera, pero alguna escapadas había hecho a lo largo de su vida. Nunca sospechó que tuviese tan cerca un país tan mágico como desconocido. Desde su adolescencia se había confesado francófila, y aún hoy día estaba convencida de que lo era. Adoraba su idioma, su cultura, su música, sus ciudades, quien no conocía a Edith Piaf o a Georges Moustaki? Quien no había escuchado hablar de Coco Chanel, o de los acordeonistas, cuyos compases llenaban las orillas del Sena? Sin embargo su gran descubrimiento fue esa gran desconocida, que como dos hermanas siameses estaban unidas de abajo arriba por su columna vertebral. Dos hermanas unidas de espaldas entre sí, que durante siglos se ignoraron o se enzarzaron en disputas y guerras, y de cuya existencia, idioma, cultura o costumbres nada le habían enseñado a lo largo de su vida, a pesar de tantos pueblos y villas como jalonaban "la raya" que las separaba, o que se miraban asombradas desde cada una de las orillas de sus grandes ríos compartidos. Su primer viaje a Portugal fue espectacular, entraron una gélida mañana del más crudo invierno desde Ciudad Rodrigo, cruzaron la sierra de la Estrella con sus inmensos árboles nevados, y la belleza que les rodeaba era tal, que quedaron enmudecidos. Sin embargo, la gran visión la tuvieron a la llegada a una de las ciudades más bellas de Europa: Oporto. Primero fue la imagen de aquel inmenso rio que partía en dos una tierra que bajaba escalonada hasta sus orillas, preñada de viejas viñas; después fueron aquellos edificios cubiertos de musgo y humedades, los barcos recorriendo sus profundas aguas, la bruma matinal, que pronto se convirtió en un diluvio, y sobre todo aquellos inmensos eucaliptus, que cubrían la carretera serpenteante hasta tapar por completo el cielo. Estábamos impresionados, de verdad al otro lado de aquella tierra casi yerma que habíamos dejado atrás, existía tanta riqueza de paisajes, tanta exuberancia de vegetación, y nosotros ni lo habíamos intuido nunca? Alborozados por el descubrimiento seguimos bajando hasta entrar en aquella ciudad lluviosa y húmeda, plagada de viejos edificios abandonados, y de una romántica belleza que nos sedujo desde el primer momento en que la contemplaron nuestros ojos. Después dejar el coche, y buscar hotel nos lanzamos a recorrer sus calles con verdadera curiosidad, y lo que vimos superó con creces nuestras expectativas. La zona más alta se dominaba toda la ciudad y se podían contemplar unas vistas impresionantes sobre el rio que discurría a sus faldas, así como sobre el puerto plagado de coquetos restaurantes y cafeterías, que parecían sacados de los libros de aventuras de la época del descubrimiento de América, pero bajar hasta allí fue como transportarse en el tiempo. La ciudad enamoraba a cualquier visitante, su romántica decadencia, junto con la modernidad eran un ensamblaje perfecto. Pero aún faltaba lo mejor: escuchar un fado! Aquella nostalgia que transmitía la cálida y melancólica voz de la cantante que nos deleitó con su música, acabó por subyugarnos, y ese fue el principio de un gran amor que dura hasta hoy.

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