El sello del PCE

Más de uno se muere si recibe nuestra puntual felicitación navideña con el flamante sello de la hoz y el martillo

No sé si es por mi declarada admiración por Jorge Semprún, en cuya truculenta vida en la clandestinidad abjuró de la línea dura de Carrillo y la Pasionaria para abrazar, como tantos, la vía italiana de Enrico Berlinguer. O es porque conozco las peripecias de amigos que en su primera juventud vieron en el Partido el mejor instrumento para luchar contra Franquismo en la mítica redacción parisina de Ruedo Ibérico. O tal vez porque me siguen interesando ciertos enfoques marxistas sobre la sociedad o incluso la religión (lean la biografía del padre Díez Alegría, de Juan Miguel Lamet, Un jesuita con papeles). Pero lo cierto es que no termino de comprender la desaforada furia con la que algunos sectores conservadores han saludado la idea de Correos de editar un sello conmemorativo del centenario del PC, hasta el punto de que una jueza de Madrid ha atendido la suspensión cautelar de su emisión.

Se me dirá, seguro, que sobre sobre el PC pesa la losa de hechos terribles cometidos (matanza de Paracuellos, checas, quema de iglesias…), y es cierto, pero esas barbaridades no se pueden juzgar desde otro contexto que no sea el de la guerra fratricida, argumento por cierto muy utilizado para desvirtuar las miserias propias. Se me dirá, también, que el comunismo, como movimiento totalitario de subversión, ha causado miles de víctimas en todo el mundo, hasta ser, y también es verdad, su número verdaderamente insoportable. Sin embargo, lo que exactamente se conmemora es la sobrevivencia de una organización que, con sus luces y sombras, ha tenido su importancia y no deja de ser un partido legal.

No hace mucho tiempo, el PC estaba bien considerado por la derecha, se le reconocía su lucha en la clandestinidad en comparación con otros, y referentes como Anguita eran respetados. Aquel "cien años de honradez…y cuarenta de vacaciones" que yo le oí a Ramón Tamames era el mejor desprecio compartido hacia el entonces todopoderoso PSOE. Pero la sustitución de aquellos por tanto botarate como hay ahora, unido a la ofensiva memorialista sin el menor consenso impulsada por el actual Gobierno, consiguen que acciones que en otro tiempo hubieran pasado desapercibidas, desde esta nueva visceralidad sean vistas como atentados contra la convivencia. Y menos mal que ya nadie, salvo los bancos, envía cartas, porque más de uno se muere si recibe nuestra puntual felicitación navideña con el flamante sello de la hoz y el martillo.

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