Para qué sirve la ONU

¿De verdad carecemos de mecanismos para paliar las miserias del tercer mundo? Por supuesto que sí los hay

Que sepamos que hace 99 años se fundó una inerme Sociedad de Naciones, o que luego en octubre de 1945, se creó la ONU, otra institución también ideada para preservar la paz, no significa que entendamos historia. Son datos fríos que no explican por qué la primera mitad del S. XX fue un espanto. Y si no entendemos la historia, venimos condenados a repetirla. Y no la entenderemos mientras no miremos a los ojos a esos cientos de náufragos que hoy nos llegan por mar, huyendo de los infiernos crepitantes que los achicharran. Y a los ojos de esos otros muchos miles, acaso millones de inmigrantes que aguardan agazapados por ahí, a tiro de patera y listos para penetrar por Alborán o entre cualquier cala ribereña, en un éxodo que no es ocasional, sino un flujo humano imparable, comprensible, irreprochable. Un flujo que nos anegará cuando desborde la realidad social de que cada paraje de arribo, cada país de destino, por extenso que sea, siempre tiene un límite, una capacidad de acogida cuya transgresión generará más problemas de los que resuelve. Por eso hace décadas los sociólogos alertaron (H. Arendt) que más pronto que tarde, volverían las masivas migraciones de los desarrapados del tercer mundo escapando, a vida o muerte, del hambre, de la desertización de sus tierras, desertando ellos de su sino miserable y de los sátrapas feroces. Nada les queda ya que perder allí donde nacieron, por poco que logren aquí, entre las cloacas del primer mundo. Y pocas cosas les detendrá. Son casi 250 millones los migrantes en el S.XXI, según la ONU. La mayoría afligidos, analfabetos y sin más bagaje que sus dioses y una inestable ilusión: un equipaje temible para los opulentos occidentales, cada día más alarmados ante unos gobiernos que no atinan a conjurar la plaga invasora. Que reaccionan solo paliativamente a esta crisis o esa emergencia admitiendo unos cuantos en sus periferias o invirtiendo algunos millones para atascarlos confinados en guetos ocasionales de zonas limítrofes al paraíso. Pero sin remedios reales que curen la etiología del problema. Entonces, ¿para qué sirve la ONU, la UE o la OTAN? ¿De verdad carecemos de mecanismos para paliar las miserias del tercer mundo? Por supuesto que sí los hay. Lo que no se detecta es sensibilidad ni voluntad política para aplicarlos, acaso por una degeneración de valores que, como todas las vilezas humanas, es silente y gradual. Hasta que reviente.

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