Metafóricamente hablando

Quizá, solo quizás, un día recordarás este instante

Tumbada sobre la hierba del jardín, contemplaba sobre ella la bóveda celeste, iluminada por el último resplandor del día. El sol huidizo, había corrido a esconderse, y miríadas de vencejos volaban sobre su cabeza. Más alto desplegaban sus alas las gaviotas, dirigiéndose tierra adentro. Se acordó de una clase que se le quedó grabada en su memoria siendo adolescente: "la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma"-ley de Lavoisier. Pensó si alguna vez sería ella uno de esos vencejos que sobrevolaban el jardín, una gaviota, que se adentrara en el mar, o la propia savia que circulaba pausada y lenta por el tronco del árbol, bajo cuya sombra se tumbó cuando el sol aún atacaba con saña por la tarde. No le pareció mala idea del todo, sintió la libertad que podría experimentar un pájaro al desplegar sus alas y emprender el vuelo, o la tranquilidad de aquel ciprés que se alzaba enhiesto sobre el suelo, en un intento vano de alcanzar las nubes. Estaba dispuesta incluso a ser parte, un día no muy lejano, de una de aquellas libélulas de brillantes colores, que sobrevolaban la balsa, pero la inquietaba algo, una sensación de vacío que no podía quitarse de la cabeza. Y mi "yo", donde estaría? Mis recuerdos, mis emociones, mis sueños…Si no eran materia, se destruían o se transformaban, o quizás, solo quizás, se elevaban a otra dimensión? De repente la sacó de sus cavilaciones unas palabras balbuceadas por su hijo, que trataba de meter piezas de distintas formas y colores, por los huecos de un gran dado de plástico. Pensó si esos juguetes aparentemente inocuos, no se habían diseñado con la única intención de torturar las mentes infantiles, que se devanaban los sesos durante horas, intentando meter una pieza redonda por un hueco cuadrado, y al contrario. Su hijo alzaba los brazos, dirigiendo su cuerpecito hacia ella y diciendo ma-ma-ma. Se le erizó el vello. Era la primera vez que le escuchaba hablar, hasta ahora no articuló una palabra con sentido para ella, pero esta vez no tuvo duda, esa expresión repetida millones de veces, por los siglos de los siglos, era el signo más inequívoco de nuestra humanidad. Se acercó a él y lo tomó entre sus brazos emocionada, este sería el primer paso para el reencuentro, la reanudación de la estrecha e íntima relación entre madre e hijo, rota bruscamente con el corte del cordón que los unió, desde el origen mismo de su vida. Siempre había oído que nacemos y morimos solos, pero eso no era verdad, había visto envejecer y morir a sus abuelos, y al igual que su hijo hoy, sus últimas palabras eran las mismas ma-ma-ma… Volvió de nuevo sus ojos al cielo, una gaviota gris, bella e impresionante sobrevolaba el jardín: quizás, solo quizás, un día esa gaviota podría ser ella?, recordaría este momento? Abrazó a su hijo y dándole apretados besos, quiso eternizar ese instante, quizás, solo quizás, él lo recordara un día.

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