Carta del Director/Luz de cobre

Un solo protagonista, el virus

El ser humano, acostumbrado a vivir en sociedad, sufridor de la soledad, se ha instalado en el nuevo método, con una sonrisa

Medio año conviviendo con el virus. Un tiempo suficiente para confirmar que nada será igual. Lo que tuvimos se fue para no volver. La vida, la convivencia, tal y como la conocíamos hizo "mutis por el foro" el día que conocimos el primer fallecido, el día que se declaró el estado de alarma, el día que nos confinaron y el día el que salir a la calle se convirtió en una hazaña.

Seis meses de pandemia que han acabado con el mundo tal y como lo conocíamos. El proceso permanente de cambio en el que la sociedad vive se ha acelerado hasta ritmos de vértigo. La tecnología, fiel compañera en nuestras vidas en los últimos 30 años, se ha hecho indispensable y necesaria. Compañera de viaje para combatir la soledad, para trabajar desde casa o para profundizar en la investigación que nos lleve a la vacuna salvadora.

La COVID-19 ha cambiado las relaciones humanas. Nos ha hecho más huraños, menos sociales. Afables y cariñosos por naturaleza hemos guardado todos los afectos en el baúl de los recuerdos, a la espera de tiempos mejores. ¡Qué triste encontrarte con un amigo, un familiar y ofrecer el codo a modo de saludo!. Y lo peor es que lo hemos institucionalizado con tal aparente normalidad que el pánico se apodera de mi al pensar en que va a ser común por muchos años.

El ser humano, acostumbrado a vivir en sociedad, sufridor de la soledad, se ha instalado en el nuevo método con la mejor de las sonrisas o con una forzada necesidad. Sea como fuere, lo cierto es que todos estas alteraciones obligadas por el coronavirus, han establecido en nosotros tantos mecanismos de defensa que me temo que a la larga los cambios serán tan profundos, que lo que hace unos meses era normalidad, en unos años se estudiará como lo que fue y perdimos. Y lo peor es que por más que intentes ser positivo, tratar de ver el vaso medio lleno, a tu alrededor sólo adivinas miedo, temor, inseguridad. Lo cierto es que hay que tener la cabeza muy bien amueblada para no ceder a las tentaciones depresivas que rondan de forma permanente en torno a tí, en torno al nosotros. Y es que la calma que se positivaba con la nueva normalidad, con el fin del estado de alarma, se hace añicos cuando los hechos, siempre tozudos, se encargan de confirmar lo contrario. No hay día que no nos invada el apocalipsis en forma de brotes, de rebrotes, de desastres económicos, de cierre de empresas y demás patulea que acarrea o que se deriva de la actual pandemia. Dos hechos reseñables en positivo y que nos invitan a seguir adelante en la línea optimista: el primero los prometedores resultados de las vacunas en las que se trabaja y el segundo que, por una vez, Europa, a la que pertenecemos, ha dado un salto adelante en la reconstrucción de la que todos formamos parte con un acuerdo histórico. Siempre lo son, pero esta vez, parece real. ¡Aleluya!

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