Un solo pueblo

En todo tiempo y lugar, al poder le interesa un pueblo lo más uniforme posible, con un pensamiento único

Con frecuencia, y últimamente mucho más, los líderes y representantes políticos citan al pueblo insistentemente, lo invocan y reclaman su atención para legitimarse o justificar sus aspiraciones o decisiones. Pero en todas sus proclamas hay siempre una perversa intención dirigida a conceptualizar -o definir- al pueblo como un todo único, una masa uniforme de intención, pensamiento y actuación. Y nada más lejos de la realidad. En todo tiempo y lugar, al poder le interesa un pueblo lo más uniforme posible, con un pensamiento único que favorezca la inercia de sus intereses. El poder necesita de la tribu amansada y controlada para garantizar su perpetuidad. Para ello, procura la desinformación y un escaso estatus intelectual y económico de esa tribu. En este contexto de manipulación y sometimiento disfrazado de protección, se entiende la perenne asociación entre el mito y el poder político, entre el trono y el altar. El diccionario distingue entre pueblo y populacho y se refiere a éste último como "la parte del pueblo con más bajo nivel social y cultural". La influyente pensadora Hannah Arendt, al respecto, manifestó que "mientras el pueblo se esfuerza por escoger a sus verdaderos representantes, el populacho siempre gritará a favor del hombre fuerte, del gran líder mesiánico y salvador". Y esa es la verdadera base y caldo de los populismos, ahora que tanto se habla de ellos. En el fondo, todo poder humano es populista y en el espíritu de la tribu hay una tendencia a buscar la protección de un líder fuerte y poderoso, de un caudillo capaz de defenderla de todo peligro. Es el mismo espíritu que busca la existencia y protección de un dios fuera de este mundo. El hombre ha estado siempre -y está- atenazado por miedos e inseguridades. Por ello el ascenso de los fascismos en las sociedades es algo que nunca se extinguirá, siempre volverá como un modo perpetuo; tiene que ver con nuestra pequeñez e insignificancia ante el gigantesco espectáculo de la vida, con sus crueldades y fatalidades inexorables. De otro lado, el populacho es también para el líder un arma de doble filo. Puede auparlo y mantenerlo, pero también, mutado en turba, volverse en su contra y ejercer el linchamiento. Ejemplos no faltan ahora mismo. Pero, afortunadamente para el desarrollo de las sociedades y muy a pesar de sus líderes, el pueblo no existe, tan solo los individuos libres y formados y el populacho. Luchemos por una mayoría de los primeros.

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