La Rambla
Julio Gonzálvez
Un deber de los humanos
Los mejores métodos para prevención del acoso y para mejorar la convivencia en las escuelas ponen el foco en el papel de los «mirones», ese alumnado indiferente que no actúa en situaciones de injusticia, que ríe las gracias a quien hace una burla, insulta o trata mal a los compañeros y compañeras. Conversando con docentes sobre este tema, hay quien dice que eso pasa porque «hay familias en las que no se atiende bien a los hijos, son desestructuradas, están en un entorno de violencia, sin valores».
Ayer saltó la noticia de que todo un teniente alcalde de una población de 25000 habitantes (Huércal de Almería) ha sido imputado por abuso sexual a dos menores. Todo un hombre de bien, de una familia de bien, votado por su pueblo, que se sentaba en el Consejo Escolar de una escuela a tomar decisiones. Los datos de violencia de género son muy claros: no hay un estrato social, económico ni cultural concreto donde se dé en mayor medida la violencia de género. Hay señores profesores, doctores, policías… que agreden a sus esposas. Por otra parte, cuando hablamos de indiferencia hacia los demás, de no actuar cuando hay situaciones de injusticia, ¿cuántos de nosotros nos paramos en la calle a atender a personas que vemos que lo pasan mal, por diferentes motivos? Lo más común es caer en el «sálvese quien pueda» y en el «no es mi problema».
En ciertas escuelas se hacen a menudo asambleas dialógicas de prevención de conflictos, donde los alumnos y alumnas conversan sobre sus problemas, lo que les afecta, sus relaciones escolares, etc. Algunos de los grupos académicamente más brillantes, de esos que da gusto dar clase, que aspiran a tener buenas calificaciones, con familias implicadísimas… son los que más problemas (y de mayor gravedad) tienen en sus relaciones personales. En otros grupos, el líder de la asamblea, elegido por ser querido por el grupo, porque ayuda de manera proactiva a los demás, es un alumno repetidor.Hay una cosa que parece demostrada: la tendencia del ser humano a ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Debemos ser cuidadosos con los juicios de valor que volcamos sobre las personas que nos rodean, no sea que cuando nos pongan un espejo delante tengamos que agachar la cabeza. Mejor construir desde el diálogo y pensar que la convivencia, como la igualdad o la democracia, no son cosas que «se tienen», sino procesos que «se van haciendo».
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