Carta del Director/Luz de cobre

Los sonidos del agua

Los acuíferos de la provincia han recuperado en dos meses gran parte de lo perdido durante años

En febrero el miedo a una sequía prologada y pertinaz se adueñaba del alma de los agricultores y del corazón de los vecinos de los pueblos y ciudadanos de la provincia. Las propuestas para sacar a los santos en procesión, el más habitual San Isidro para que llegase la lluvia salvadora y aliviase la situación, ya se escuchaban en más de una y en más de dos reuniones de campesinos desesperados. No hizo falta. Marzo y abril han obrado el milagro. Las reservas de agua de la provincia se han cuadruplicado con precipitaciones superiores en muchos puntos a los 400 litros por metro cuadrado. Lluvia recuperadora de fuentes, acuíferos, manantiales y sondeos que han hecho olvidar en sólo dos meses el silencio de las gotas y los caudales para convertirse en los sonidos del agua.

Al margen de los daños habituales en estos casos, nada que no tenga solución, lo cierto es que el agua ha regresado a las fuentes con todo su caudal, provocando la vuelta de los tiempos en los que Almería mantenía la fama de seca, aunque todos sabían que gran parte del año la nieve abundaba en las sierras y la lluvia ocupaba los suficientes días del año como para despejar cualquier temor al racionamiento.

Escuchar el río Andarax en su desembocadura zumbar frente a las olas, provocar turbidez en las playas cercanas a la capital es el mejor síntoma del cambio de ciclo que algunos atisban en el horizonte. Un cambio que llevaba a hace unos días a un agricultor de toda la vida a afirmar con rotundidad, mientras lavaba su botella de plástico en uno de tantos manantiales con vida de Sierra Nevada, que los acuíferos han recuperado gran parte de lo perdido durante años en solo dos meses.

Admirar el pantano del Almanzora con 40 hectómetros cúbicos embalsados o bordear el de Benínar, envuelto en un bosque vegetal primaveral, es el mejor de los antídotos para calmar y arrancar la sensación de sequía enquistada en el alma de los que aquí habitamos. Pero si realmente ustedes, que han logrado llegar hasta aquí, pretenden cerrar los ojos y escuchar los sonidos del agua, les recomiendo que se acerquen a Sierra Nevada, a la zona de Laujar de Andarax, Fondón o los pueblos del río o en la zona del Nacimiento, en los barrancos de Abrucena o de Fiñana, como Ubeire. Allí donde la naturaleza no deja lugar a otra cosa que no sea su fuerza, su virginidad y su atractivo. Allí donde el agua surca, bordea y ocupa rocas, matorral, chaparros y taráis, para avanzar camino del mar.

La distancia es considerable, más de setenta kilómetros, pero la ruptura de la sequía que han logrado las últimas borrascas, la ha llevado río abajo hasta el mar Mediterráneo, en el que todavía nos encontramos algún riachuelo mínimo, con charcos convertidos en bebederos de pájaros y mamíferos, para dar paso a un verano como los de antes. Ahí lo dejo.

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