La sospecha

El estado consabido de lo ordinario, sobre todo si se altera, abre a veces la sospecha de que existe otra cosa

La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera». No es el comienzo, pero bien podría haberlo sido, de La Peste. Leer esta novela de Albert Camus, cuando la pandemia se atenúa aunque aumente su incidencia, puede encontrar sentido en la proximidad de los argumentos. Si bien, la peste que recrea Camus es mucho, bastante más manifiesta y pútrida, con ratas muertas amontonadas y bubones en las ingles y las axilas de los contagiados -habían de sajarse pero se volvían a hinchar poco tiempo después-, que el efectivo anonimato de un virus con apariencia aséptica, aunque de ese modo extienda grandemente la infección. Virus y peste, sin embargo, admitirán un relato donde, al menos en las manifestaciones más evidentes, o en las más cercanas, pasado el tiempo, no falte ese conocimiento que perdura porque se adquirió en el desenvolvimiento cotidiano, en los efectos que para este tuvo la infausta extensión del contagio. Por eso, escribe Camus que la misión de un cronista que diera cuenta de la peste es únicamente decir: «"Esto pasó", cuando sabe que pasó en efecto, que interesó la vida de todo un pueblo y que por lo tanto hay miles de testigos que en el fondo de su corazón sabrán estimar la verdad de lo que se dice». Aunque el escritor describe la ciudad argelina de Orán, sostiene -su novela es de 1947- que el modo más sencillo de conocer cualquier ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. Tal vez en esta posmodernidad incierta, casi setenta y cinco años después, esos criterios sean menos alumbradores porque trabajar, amar y morir no están sujetos a las certezas que, antaño, correspondían o daban sentido o permanencia a lo importante. El propósito de ese conocimiento ciudadano no tenía, en la ficción de Camus, una intención en sí mismo sociológica, sino comparativa, ya que el estado de las cosas, su curso ordinario, iba a verse afectado por una alteración dantesca. De ahí el valor de la sospecha: aunque lo natural es trabajar de la mañana a la tarde y en seguida elegir el modo de perder el tiempo que queda por vivir, hay ciudades donde las gentes tienen, de vez en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. Y esta puede hacer cambiar las vidas, cuando el virus deje.

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