Metafóricamente hablando

Por suerte para ellos, a la fuerza ahorcan

Observaba como la oscuridad comenzaba a cernerse sobre una ciudad azotada por el dolor, mientras las piras purificadoras ardían a centenares, elevando las almas a un cielo inclemente, que nos les perdonaba su pobreza. Ella, tuvo una infancia feliz en un pequeño pueblo tan alejado de este por la distancia, como por las condiciones sociales y económicas. Su vida transcurrió sin sobresaltos, nada le quitaba el sueño en su mundo infantil, disfrutando cada noche con la lectura de los cuentos que le regalaban sus padres. El tiempo, ese traidor incombustible que torna viejo todo cuanto toca, le pasó factura pronto, aunque lo de "pronto o tarde" era un criterio subjetivo, que se acomodaba bastante bien a cualquier forma de medir, eso lo aprendió con la edad. Y con la edad, esa maestra ancestral que todo lo enseña, lo aprendió todo: conoció el amor, la traición, el compromiso, la amistad y miles de experiencias únicas que la fueron conformando, haciendo de ella la mujer que era hoy. Una de las cosas que hizo con el tiempo, fue la carrera de medicina, y con sus conocimientos profesionales, sumados a sus inquietudes, fue inexorable que acabase en aquella ONG en la que trabajó en tantos países, que a veces le costaba recordar, sin embargo era difícil que se le olvidase la cara de las personas a las que atendió, su sonrisa agradecida al recuperar su salud quebrantada. Esto suponía para ella una inyección de adrenalina que la animaba a seguir luchando por ellos, por esa humanidad silenciada e invisible. En el llamado primer mundo al que pertenecía, se ensalzaba un individualismo salvaje que le resultaba difícil de comprender. Cierto que la pobreza no era exportable mientras esta gente siguiera en sus países de origen, sin embargo, con el tiempo, que todo lo modifica y lo cambia, la enfermedad comenzó a viajar a la velocidad de vértigo con que se desplazaban unos humanos que asistieron asombrados a la expansión del SIDA, aunque por fortuna para la mayoría, el virus, como ángel exterminador, trajo entre sus manos un tizón con el que señalaba las viviendas de las víctimas propiciatorias de un aquelarre del que el resto de ciudadanos fueron meros espectadores. Hoy la nueva enfermedad mostraba al mundo con toda contundencia que el ángel de la muerte no traía una tiza entre sus manos, que las víctimas de la insolidaridad, la falta de tratamiento y de vacunas eran una promesa de permanencia en el tiempo, a la espera de un nuevo ataque. Así supo con toda certeza, que en el propio egoísmo del primer mundo estaba la salvación de los olvidados. Escuchó el motor de un camión, su cargamento, fruto a partes iguales del miedo y la solidaridad del llamado primer mundo, sería la salvación de los que sufrían en silencio. Se acordó de su abuela, tan aficionada a los refranes, seguro que ella habría concluido con este: "A la fuerza ahorcan"

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