La escritora cubana Wendy Guerra acaba de publicar en prensa un durísimo ensayo denunciando cómo el machismo sigue siendo "políticamente correcto" en su país, cómo el movimiento #Metoo ha pasado de largo en una isla que vive cómodamente en el #YoTampoco y cómo son las propias estructuras del Estado, el tejido social y empresarial y los propios colectivos feministas los que perpetúan una imagen idílica y falsa de la mujer. La que fue "liberada por la Revolución" y ya no necesita nada más; la que ha nacido y crecido bajo un sistema de control "disfrazado de paternalismo" que "te acaricia y te pega, te educa y te prohíbe, te ilustra y te censura".
Lamenta que nadie se acuerde de la mujer cubana en un siglo XXI cada vez más contestatario e inconformista que mira indignado la situación de las mujeres árabes o de las niñas indígenas. Pero la realidad es que también las mujeres del primer mundo, las de París, Madrid o Manhattan, necesitan ser salvadas. Rescatadas de nuestra propia ficción de emancipación y protegidas de nosotras mismas. El frívolo papel de las primeras damas en la cumbre del G-7 que acaba de celebrarse en Francia ilustra lo primero; la denuncia contra la red de amigas, empleadas y socias que ayudaban al magnate Jeffrey Epstein a reclutar a niñas y adolescentes para sus escandalosas fiestas sexuales en Palm Beach debería alertarnos sobre nuestro peligroso papel de cómplices. De cooperadoras necesarias para el mantenimiento del status quo: el de poder (de ellos) y el de florero (nuestro).
En USA, la first lady tiene programa propio y una oficina en el ala este de la Casa Blanca. En la (hipócrita) Francia, Emmanuel Macron ha intentado dotar de competencias y presupuesto a su pareja y ha tenido que rectificar por el rechazo popular. En Espelette, mientras ellos arreglaban el mundo con asuntos como Irán, Rusia o la Amazonia ellas se hacían fotos con campestres cestas de pimientos, altísimos taconazos y sonrisas; muchas sonrisas. El marido de Angela Merkel, el químico Joachim Sauer, no estaba. Ni ha dejado su carrera para acompañarla...
En el caso de los abusos de Epstein -el amigo de Trump y Clinton se ha suicidado este verano en la cárcel- ya se ha identificado a "la jefa" y a la "lugarteniente" que estaban detrás de la telaraña sexual del multimillonario. Conspirando a su lado. El libro más conocido de Wendy Guerra lo dedica a la guerrillera Celia Sánchez, mano derecha de Fidel, y lo titula Nunca fui primera dama. Sí, también las damas liberadas del #Metoo tendríamos que mirar a La Habana.
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