De uno que temía a las vacunas

Los mercenarios nos encadenan a la incertidumbre y nos vuelven esclavos de nuestros miedos y de sus intereses

Espero, amigo Lucilio, que la virulencia del virus os haya respetado a ti y a los tuyos tanto el cuerpo como el alma. La incertidumbre de esta epidemia amainará y con ella volveremos a ser los de siempre, pero no veo si también se curará la pasajera demencia de los que, por miedo al porvenir, han abrazado la ira intentando devolver al mundo el dolor que a ellos los desgarra: grandes son los males del espíritu y muy difícil su curación. Hoy quiero relatarte algo que me pasó el otro día mientras estoico hacía cola esperando a que me vacunaran, no para hacerme valer sino por hacerte ver cuán lejos nos quedan tantas cosas mientras vemos la vida pasar ante la puerta de nuestras casas.

Tenía delante un señor mayor que, por cómo se comportaba, más bien parecía no tener mucha instrucción y haberla olvidado. Alguna vez hemos hablado tú y yo de esos que piensan en voz alta y dirigen sus ojos vacíos en derredor, no buscando conversación, sino saber que no están solos en el mundo. Estaba, pues, el buen hombre protestando del daño que iban a hacerle con la vacuna y anunciando gritos y golpes. Sabes que soy paciente, no imperturbable. Le pregunté si sabía qué era lo más doloroso y me contestó: "La aguja". Le respondí que era mucho peor sentir que no puedes respirar, llegar al hospital y que te metan tubos por la garganta y sueros por las venas y, después de varias semanas en coma, despertarte y no tener fuerzas ni para coger aire. Así, le pregunté: "¿Todavía le preocupa un pinchacito?"

No volvió a hablar. No sé si lo convencí pero, al menos, agradecí el silencio. Seguro que, cuando se lo digas a nuestro común Lucio Anneo Séneca, te responderá que por eso recomienda no mezclarse con la multitud si se quiere mantener la calma. No lo creo: a las víctimas del virus de la desinformación debemos hablarles para librarlas de los grilletes irracionales del miedo. Mal estamos si las gentes se dejan llevar por las opiniones alquiladas de los falsos expertos y no son capaces de justipreciar las cosas: los mercenarios nos encadenan a la incertidumbre y nos vuelven esclavos de nuestros miedos y de sus intereses. No hay que huir de la multitud, sino de la muchedumbre de los deshonestos. No hay que temer al futuro, sino a los que tienen miedo por su propio futuro. Recuérdale a Lucio que me debe una copia de su tratado Sobre la firmeza del sabio. Como decimos en latín: "vale", "ten salud".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios