República de las Letras

Un tiempo nuevo

¿Cuáles son, entonces, las respuestas? Hoy ya no hace falta la religión para vivir. Sólo hace falta dinero

Quizá estemos llegando ya al final del tiempo de las religiones. Quizá no es ya la religión la respuesta a todas las preguntas que siempre se ha hecho el Ser Humano. Quizá no por eso este animal con capacidad de razonamiento, de reír y de elaborar obras de arte haya perdido el rumbo, porque quizá nunca hubo un rumbo fijado. Quizá. Pero las preguntas siempre estarán ahí, porque las preguntas son, ante todo, humanas. Demasiado humanas, diría Nietzsche. Hasta no hace tanto, la respuesta a todas ellas ha sido Dios. Pero Dios tiene cosas más importantes que hacer que jugar al escondite con este diminuto ser, evolucionado del estado animal, que habita un diminuto planeta en medio de una diminuta galaxia en un punto perdido y diminuto del gigantesco, infinito e incomprensible Universo. Dios no juega a los dados, dijo Einstein.

Pero hasta ahora, inexplicablemente, estamos sin noticias de él. Porque toda esta historia que ahora, durante la semana llamada por los católicos santa se representa no ha sido más que una ficción, un invento de ellos mismos. No de Dios. Dios no necesita multitudes, ni espectáculos, ni demostraciones de fe, porque, simplemente, si las necesitara, ya no sería perfecto, ya no sería Dios. Todo este tinglado, todo este decorado, este teatro, esta tradición, quienes verdaderamente lo necesitan son los fieles que participan o lo presencian. Dios, en este caso, es también demasiado humano. ¿Cuáles son, entonces, las respuestas? Si yo las supiera no estaría escribiendo esto. Ni nada. Sería feliz. Por eso, porque no las tengo ni, en tal sentido, soy feliz, trato de dilucidar de qué trata todo esto. Lo peor que ha hecho el catolicismo hasta ahora ha sido imbuir, inculcar, exigir fe inquebrantable.

Sin embargo la fe es incompatible con el ser humano, racional, intuitivo y creador. La fe no ha movido nunca montañas. La fe era un abandono de la propia capacidad de duda en brazos de quienes se erigían en intermediarios entre la Humanidad y Dios, rebajando así a Dios a la categoría de la imperfección, pues era incapaz de comunicarse por sí.

Al final ha resultado que todos los catecúmenos que no profesaban la fe del carbonero, en cuanto les ha dado por pensar, han abandonado todo aquello que les imbuyeron o les inculcaron, todo aquello en lo que, aunque no lo comprendieran, tenían fe. Hoy ya no hace falta la religión para vivir. Sólo hace falta dinero.

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