De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

En tiempos de tribulación, hagan mudanza

Decía Borges que ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica

Decía Borges que ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica. Desmantelarlas es, en cambio, un acto de resignación. Desarticular una biblioteca es la anticrítica, una actividad tediosa y lúgubre. Hay fases de pretendida heroicidad, desde luego; y en ellas uno se muestra seguro de poder acarrear consigo todos sus volúmenes, trasladando a cajas de cartón perfectamente rotuladas el contenido exacto de cada estante; el pobre lector, ante el cataclismo que supone la mudanza, trata de convencerse de que en su nueva madriguera apilará todos sus libros en románticas columnas de conocimiento; se imagina retratado, en su escritorio carcomido acariciando una Olivetti decrépita, entre esos textos que cuentan su vida.

Pero la verdad se impone, como siempre. Nadie tiene maletas, bolsas ni cajas (lo que menos) para tanto libro. Cada bulto pesa como toda la colección. Llega la desazón, el desapego. Y se acabó la crítica: se mezcla la novela y el ensayo, la poesía y el teatro ("géneros para una minoría"); los libros comienzan a desaparecer en un laberinto insondable de paquetes asimétricos. Tiene uno tentaciones de venderlo todo en algún rastro y darse al alcohol y al amor libre... o solo al alcohol, que también vale. Aunque, al final, todo se hace, porque nadie viene a cargar con el cajón lleno de páginas. Un par de cervezas al terminar la jornada pueden restar brío a aquel impulso al nirvana literario y todo empieza a volver a su ritmo ordinario al día siguiente, a la vista de los dos o tres montones que dio tiempo a colocar en su destino. Así es la vida.

Suponen bien, sí. Ayer hice mudanza y a la hora de la cerveza, he decidido escribirles a ustedes. Solo tengo abierto uno de los cajones de libros que he traído conmigo y he sacado de él dos ejemplares que hace tiempo no veía. La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero; y Mujer y lucha de clases, una antología de Aleksandra Kollontái. Estas dos mujeres que, con tantos decenios de diferencia y de formas tan distintas, rompieron a martillazos los horribles velos de la invisibilidad, no estarían encima de mi mesa si no hubiera sido por el caos (mi caos bibliográfico, en este caso). En estos tiempos inciertos, quizá muchas vidas empiecen a aparecer sobre las mesas y puede que algunas manos levanten otra vez los adoquines. Yo, por si acaso, esta noche abro Kollontái. Hay que estar preparado.

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