Mi tocayo Andrés

El fin de una época de humanismo auténtico e intensísimo que ya no volverá

Tras varios meses preparando el encuentro -en el que nuestros amigos comunes Alfonso y Lucía han actuado de celestinos-, al fin he conocido a Andrés Vázquez de Sola, el gran maestro del humor gráfico español -y acaso europeo- y una leyenda viva de la izquierda histórica y combatiente, exiliada durante el franquismo. Con sus noventa y cinco pascuas floridas -que diría Moratín- ha venido a visitarme junto a su esposa Angélica, verdadera guardiana y estudiosa, viva e ilusionada, de su colosal obra gráfica, literaria y pictórica. En estos días he podido pintarle un retrato del natural y compartir conversaciones profundas y divertidas a un tiempo. Su sabiduría vital, su despierta inteligencia, su fino humor y su profunda humanidad de hombre coherente y comprometido, de los que predican con el ejemplo diario de su vida, han sido para mí una revelación deslumbrante, un tesoro riquísimo que guardaré en mis entrañas, como un golpe de la fortuna, para el resto de mis días. Militante clandestino comunista, Andrés tuvo que salir de España cuando supo con certeza que su detención era segura. En París trabajo como humorista gráfico en la prensa más prestigiosa. Su talento enorme le abrió puertas y le colocó pronto en el más alto caché de la profesión. Admirado y reverenciado, ha usado el humor y la sátira con brillantez e inteligencia, con dureza y contundencia si era necesario. Y como esa vía de escape que hace la vida más sobrellevable ante la injusticia y la sinrazón del mundo, que tanto afectan a un alma sensible y comprometida como la suya. Su relación continuada de amistad con las mentes más lúcidas de su tiempo -Picasso, Semprún, Mitterrand, Otero, Saramago, Sampedro, etc- le convierte en testigo y espectador de una época fascinante, una fuente de información y experiencias verdaderamente apabullantes. Departiendo con él se tiene la sensación de asistir a las postrimerías de una raza de hombres inconmensurables, al fin de una época de humanismo auténtico e intensísimo que ya no volverá; la impresión de que, en las nuevas generaciones, no hay recambio para estas mentes colosales. De vuelta a España con la llegada de la "democracia", Andrés se ha consagrado principalmente a sus escritos y a la pintura con una vehemencia, energía e ilusión verdaderamente asombrosas. En apenas tres días me ha ofrecido todo su ser y su amistad, con una entrega y generosidad emocionante. Ha disfrutado mis "putrefactos" y me ha dicho "te quiero". No se puede pedir más; pronto nos encontraremos de nuevo.

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