El tonto y la linde

Siendo la actualidad la que nos consume, es la realidad a la que deberíamos atender

Podríamos resolver de un plumazo el esperpento de elevar a categoría de "pucherazo institucional" un error humano usando ese famoso adagio que sugiere el título de la columna de hoy: "cuando el tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue". Escribir con distancia sobre algún hecho hace que podamos valorar la realidad por encima de la actualidad, de modo que sean los problemas de fondo que nos aquejan los que haya que atender y no sus supuestos síntomas.

El voto electrónico errado de un diputado en la votación celebrada en la Cámara Baja durante la semana pasada sobre la reforma laboral hubiera quedado en "uno más" de los muchos que se cometen en ese tipo de actos si no hubiese sido por cómo vino a significar la caída de toda una estrategia torticera, maquinada al albur de un sigilo imprescindible. Pero, ha pasado aquí lo mismo que en el Oeste: al farolero no le ha sentado nada bien ser descubierto en su jugada y se ha agarrado al archiconocido "¡traaampa!", lo que delata la marrullería propia que se quiere adjudicar al adversario. Han tenido que salir los letrados de la Cámara y certificar que, efectivamente, no hubo más error en la emisión de ese voto telemático que el del diputado emisor del mismo; o sea, que no hubo tal error del sistema. Mientras tanto, el farolero (v.g. la inteligencia que se ha movido en el entorno del voto del avergonzado diputado, "¡la que he liado!", y sus consecuencias), deja pasar el tiempo hasta que la noticia ha sido ya consumida por la actualidad; la nueva actualidad.

Por eso es tan importante diferenciar la realidad de la actualidad. Y siendo la actualidad la que nos consume y ante la que reaccionamos con el asco y hastío de su insoportable cotidianeidad, es a la realidad a quien deberíamos atender: estamos muy acostumbrados a que se pueda decir cualquier cosa, que ya se encargará la sociedad de establecer su veracidad o falsedad, y no por la palabra en sí, sino por la función social que juega al servicio de unos intereses que no tienen al sistema democrático como pilar de su funcionamiento. Haber faroleado con el pucherazo de un sistema garantista como es el voto parlamentario es un ataque directo a la democracia. Mientras tanto, la ciudadanía, tan inconsciente como acríticamente, disfruta a golpe de un jijí-jajá que la tiene muy entretenida. Porque, ¿quién se acuerda ya de ese hecho? La actualidad esconde la realidad.

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