La última de agosto

Menos mal que el tedio, el vacío y los enfados no se pueden fotografiar, si no se bloquearía el sistema

Con este título casi taurino damos la despedida desde este rincón del diario al mes de agosto que este año no ha sido ferragosto, sino un agosto normal, como los que conocimos en nuestra infancia, con algún día de calor extremo, pero refrescando por las noches, como cuando íbamos al cine de verano y llevábamos una rebequita para la vuelta. De la misma forma que la primavera suele llegar sin esperarla, el mes de agosto se nos ha ido casi sin darnos cuenta. Tanto tiempo esperando las vacaciones para que se nos vayan en un abrir y cerrar de ojos, como la vida misma.

Sólo los elegidos podrán disfrutar de las vacaciones en septiembre, mes en el que se puede descansar en la playa o en el campo sin las aglomeraciones del que ahora termina. Mes de vendimia, de atardeceres rojizos y días que se van entrecortando presagiando el otoño. Antes se hablaba del veranillo de San Miguel y del calor del membrillo, pero ahora que se ha globalizado hasta el clima, el verano dura de marzo a noviembre, y la primavera y el otoño no existen más que en la mente de los nostálgicos. Ni siquiera los poetas cantan ya a la primavera, está mal visto, los calificarían de costumbristas y ripiosos. Tampoco el otoño tiene sus defensores. Es época de leer a Pessoa, Rilke, Kavafis, Wilde, cosa que no está de moda.

Los que hayan viajado durante agosto tendrán ahora la oportunidad de practicar o, como se dice ahora, de poner en valor su capacidad de imaginar y demostrar sus cualidades de fabulación. Atrás quedaron las interminables colas en autopistas y aeropuertos, las inacabables tardes de aburrimiento, las insoportables reuniones con familiares y amigos no siempre gratos. Los que estuvieron en las costas gaditanas dirán que apenas si hubo días de levante, aunque como diría Francisco Bejarano, la mayoría de ellos hayan sido de una gran levantera. Los que hayan estado en las sierras contarán la necesidad de taparse por las noches, pero jamás dirán que el calor era intenso a mediodía y que las moscas hacían la vida imposible a todas horas. Viajar y veranear no para descansar y conocer, sino para contarlo, más aún en la época en la que las redes sociales permiten que inmediatamente sepan que nos estamos comiendo un chuletón, un lenguado a la plancha o una ración de coquinas. Menos mal que el tedio, el vacío y los enfados no se pueden fotografiar, si no se bloquearía el sistema.

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