La última comunión

San José de Calasanz, arrodillado y tembloroso, toma la comunión de manos de un vulgar sacerdote

De los eventos que el Museo del Prado celebra para conmemorar los doscientos años de su creación hay que destacar la exposición, excepcional, de "La última comunión de San José de Calasanz" de Goya. El gran cuadro de altar, última pintura religiosa pública realizada en su vida, ha sido prestado por los escolapios durante un año a la primera pinacoteca nacional. La instalación de la obra, verdaderamente acertada y muy bien iluminada, en la pequeña sala que sirve de vestíbulo a las Pinturas Negras, permite contemplar una de las grandes creaciones del arte religioso de todos los tiempos. Goya pintó el cuadro en 1819, a sus setenta y tres años, por encargo de las escuelas pías de San Antón, con destino a uno de los altares laterales de la iglesia de la calle Hortaleza. Estaba ya en trance de mudarse a la Quinta del Sordo, la casa de campo que compró a las afueras de Madrid, y en el prefacio de su más inquietante y universal ciclo pictórico, arrojado sobre las paredes del inmortal inmueble, las Pinturas Negras. "La última comunión" es ya, casi, una obra que se ubica en ese ámbito de negrura y reflexión sobre la condición humana del ciclo de la Quinta. San José de Calasanz, arrodillado y tembloroso, toma la comunión de manos de un vulgar sacerdote, en los momentos previos a su muerte. Por detrás, un grupo de religiosos de la orden repiten el gesto de devoción de sus manos. Un grupo de niños, alumnos de las escuelas, ponen el contrapunto a la vejez, oscuridad y decrepitud de la escena. El tema del cuadro es, evidentemente, la muerte, y sus protagonistas seres vulgares de carne y hueso. Toda la escena está transida de un recogimiento y silencio verdaderamente estremecedores. El colorido es parco, reducido a unos pocos tonos y al negro, un negro de una profundidad e intensidad maravillosas. La técnica deslumbrante, con el pincel y con la espátula. La materia, la piel pictórica del cuadro, informalista y riquísima. Goya recoge en este conmovedor cuadro lo mejor de la gran tradición de pintura religiosa española del siglo de oro y la coloca en la modernidad por su intensidad expresiva, expresionista, y por su compromiso con el dolor humano. Después de este Goya, el arte cristiano europeo no tuvo nada más que añadir, desapareciendo prácticamente durante los siglos XIX y XX. San José de Calasanz es la última gran obra religiosa de la historia de la pintura occidental.

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