La universidad del confinamiento

Para bien y para mal, nuestros años universitarios nos marcan y están en el origen de nuestro yo del futuro

Mis años universitarios me han dejado, como a tantos, una huella indeleble: con dieciocho años, libre del asfixiante yugo paternalista del Instituto, el mundo lucía más brillante, el aire olía de otra manera y el conocimiento venía envuelto en aires de aula, cafetería y biblioteca. Todavía estaba muy lejos el momento de buscarse un trabajo, de asumir responsabilidades, de pasar de la condición de adulto estudiante a la de adulto a secas. Para bien y para mal, nuestros años universitarios nos marcan y están en el origen, no ya de nuestro futuro profesional, sino de nuestro yo del futuro.

Algunos llegamos a amar tanto la vida universitaria que nos hemos quedado anclados en ella y proclamamos, como un sabio latinista granadino recordaba hace ya unos años, que vivir fuera de la Academia no es vivir ("extra Academiam vivere non est vivere"). Algo hiperbólico, sin duda, pero no le falta su punto de razón: nuestro trabajo es un privilegio, no por el sueldo ni por los horarios, sino porque siempre estamos en contacto con seres humanos de entre dieciocho y veintitrés años y, cuando nos los encontramos décadas después, siguen siendo aquellos jóvenes llenos de ganas y fuerzas que nos regalaban la ilusión de aprender con ellos y las ganas de seguir teniendo una promoción tras otra. Almacén de sueños y vivero de amistades, la Universidad no es una fábrica de profesionales aunque los forme ni una empresa de formación aunque algunos botarates ilustrados así lo proclamen. La Universidad es ese ámbito en el que coinciden personas que, de no ser por ella, igual no habrían llegado nunca a conocerse. La Universidad es sociedad, ciencia y conciencia.

Visto así, comprenderán mejor mi punto de vista si les digo que estos dos cursos que llevamos confinados tras un monitor y encadenados como galeotes a un teclado y un ordenador no han servido para mucho más que abultar el expediente académico. Las autoridades que ordenaron a las Universidades cerrar sus aulas y nos han dejado alejados del mundo sin duda tenían buenas razones para hacerlo: la salud es lo primero y todo lo demás viene detrás. Sin embargo, se ha causado un daño notable a dos promociones de estudiantes que de la Universidad sólo conocen las plataformas de teleformación: sin contacto humano, virtualmente aislados, se han evitado muchísimos contagios y dado muchas clases pero temo que no hemos hecho suficiente Universidad.

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