Confabulario
Manuel Gregorio González
Ultraderecha
Con sumo interés he seguido los distintos actos del V Centenario de la colocación de la primera piedra de la Catedral de Almería. A varios de estos actos he asistido y hasta he disfrutado en algunos de ellos. La celebración jubilar era obligada y no podía dejarse pasar sin hacer memoria de nuestra fe cristiana. Hay que reconocer y felicitar por todo el trabajo realizado para trasladar a la sociedad de Almería la centralidad e importancia, tanto religiosa como cultural, de su templo catedralicio y hacerles partícipes de la necesidad de cuidar, mantener e impulsar una edificación que es expresión y testimonio de la creatividad de la fe católica que ha generado tan grande y hermoso patrimonio histórico.
A lo largo de este año han peregrinado muchas parroquias, se han hecho presentes grupos diversos de fieles, instituciones y autoridades. No ha faltado el traslado de la imagen de la Vírgen del Mar a la Catedral, la visita de la Madre que siempre nos protege y acompaña. Pero no han estado todos y, al parecer, había alguien “non grato” al que los organizadores no se han dignado ni siquiera invitar. Se trata del obispo emérito, Monseñor González Montes. Justamente el gran promotor de la restauración reciente de nuestra Iglesia Catedral. Fue precisamente en el pontificado de don Adolfo y bajo su dirección cuando tuvo lugar el acondicionamiento del Claustro de la Catedral, que tanto hemos disfrutado últimamente. No sólo eso. La preocupación y el esmero que puso el obispo emérito en la Catedral permitió el acceso completo a la misma por la calle Velázquez, al adecentar y rehabilitar unos espacios arruinados, llenos de escombros y piedras del derrumbe: incluída la estancia recién vaciada cuando él llegó y que él hizo útil en la exposición Luminaria (2007) y quiso llamar “Sala Obispo Portocarrero”, en recuerdo de la primera sepultura del célebre obispo. En estos espacios, creo están hoy la instalación de controles de acceso, recepción de visitantes y servicios higiénicos. Ideó la restauración de los torreones de la Catedral, vaciando los escombros del torreón de Levante y convirtiendo ambos torreones en salas museísticas. Restauró la Sala Capìtular , saneando las cubiertas y el interior del abovedamiento, con el descubrimiento de la piedra y el cosido de muros.
¿Quiere el lector que siga pasando lista? Pues sí, fue el obispo emérito, con la diligente ayuda de su Vicario de obras, quién promovió la eliminación de las graves humedades de la bóveda de la Sacristía de la Capilla de la Asunción y saneamiento de sus muros y cúpula, restaurando las pinturas marianas del ya fallecido Juan Ruiz Miralles. Como también se ocupó de sanear y consolidar los contrafuertes de la Puerta de los Perdones y del recorrido de la cornisa de la fachada Norte, fachada de los Perdones y Levante. Intervenciones del todo necesarias en el templo catedralicio que afrontó el Obispado sin ayuda alguna, como hubo de acometer la restauración de las linternas y sellado de filtraciones de las Capillas de los Puche, los Mártires y el Baptisterio, así como parte de la terraza del Claustro.
Monseñor González Montes restauró las vidrieras del cimborrio, de las naves y de las capillas y repuso las antiguas vidrieras de la Capilla de la Asunción, que recuperó el estilo original del Obispo Ródenas, que dedicó la capilla honra del dogma de la Asunción de 1950; y se devolvió la preciosa imagen recién restaurada de la Asunción de la Vírgen a su hornacina, desplazada como estaba en su propia casa. Se enriqueció el retablo completando el relleno de las hornacinas con la talla restaurada de San Fernando y la nueva talla de San José. Como broche se colocaron el nuevo altar y nuevo ambón. El obispo se preocupó de que se limpiaran las pinturas y restaurara el retablo de Perceval de la Capilla del Santísimo, que la Asociación Providencia ayudó a financiar, según hemos sabido. Restauró, asimismo, el retablo de San Indalecio de la Capilla del Patrón y la imagen del Santo, que también es de Perceval. Después de años sin novedad en el patrimonio catedralicio, encargó a Cuellar el nuevo retablo en mármol de “Jesucristo Rey de los Mártires”, de la Capilla de los Mártires, buscando la financiación en la Fundación Unicaja. Lo digo porque he escuchado muchos relatos de fantasía y no pocas bobadas. Comprometió al Cabildo con la restauración del Sagrario del altar mayor, el histórico (bajo el baldaquino) y el Sagrario de la Capilla del Santísimo, restaurando también el altar de esta Capilla.
No me detengo en enumerar todas las tallas y pinturas que se limpiaron y restauraron, por no ser exhaustiva y me quedo por decir muchas cosas de las que me he informado. Sólo deseo concluir refiriéndome al regalo que nos hizo a todos los diocesanos al entregarnos la talla policromada de Nuestra Señora de la Encarnación, bendecida y proclamada como “imagen titular” de la Catedral, acompañada de su pilastra (inseparable de la Vírgen) con relieves marianos que imitan el altar del baldaquino. Talla que, por cierto, no ha estado presente en ninguno de los actos de clausura de este Centenario. Comenzaron quitando la Cátedra del presbiterio (Catedral viene de Cátedra) y pusieron un sillón delante del medallón de la Anunciación. Todo acorde con los tiempos actuales en los que ya no se ostentan cátedras , sino que se ocupan sillones. El problema es que cuando una cátedra se abandona hay quien está al acecho para ocupar el puesto, o al menos subir de escalón. Francamente, siendo realista y conociendo la situación actual, no esperaba que hicieran un homenaje al obispo emérito, pero lo que tampoco esperaba, en ningún caso, era que se silenciara su obra y se siguiera insistiendo en la deuda creada lo más exagerada posible, aunque haya que alterar datos, ocultar inversiones y mantener el relato sin descanso, que algo queda. Esta forma de actuar causa escándalo de los cristianos que observamos los hechos. La falta de consideración por no decir el desprecio, hacia la persona del obispo emérito en estos actos conmemorativos del quinto Centenario de nuestra Catedral, me parece poco ético y nada decoroso por parte de quiénes corresponda. Y para eso estamos los periodistas. Para decirlo.
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