¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La vacuna de Norma Duval

De aquellos años heroicos de las campañas de Aznar, la vedette conserva un espíritu de valkiria con lentejuelas

Norma Duval representa un tipo de mujer que ya apenas reivindican los travelos: valiente y altamente femenina según el canon parisién. La vimos el otro día en una foto mientras le ponían una dosis de AstraZeneca. Ahora que hay tanta gallina suelta con miedo a las agujas daba gusto ver sus serenos y hermosos ojos en el momento del banderillazo ("no es cachondeo, que son como el mar", diría Aute). A Norma Duval, una vedette a la que en otros tiempos no la hubiesen dejado ni comulgar, la derecha española le debe mucho. Fue la musa del aznarismo cuando el caudillo de Quintanilla de Onésimo era el centro de las burlas de la izquierda más esnob. No les gustaba su imagen de españolito que viene al mundo y se metían con su bigote y su estatura, con su repeinado de primera comunión y su porte de panchito, como si estuviésemos en tierras de vikingos. Pero ella sacó su espíritu revistero, sus tacones de cabaret, y se recorrió con Aznar la ancha y triste España. Aquello acabó en mayoría absoluta. Las masas peperas se volvían locas cuando sonaba el tachín-tachín de la gaviota y aparecía en medio del escenario aquella hembra de bandera. Hasta ese momento, los mítines de la diestra tenían más de arenga y homilía que de cachondeo en el Folies Bergère. Atrás habían quedado los mítines mauristas de Fraga, con plazas de toros repletas de banderas de España y Farias. Con el binomio Aznar-Duval llegó un centro-derecha discotequero, algo hortera y de bote. Después, aparecieron los mangantes, pero ahí Norma, que es toda una señora, no tuvo culpa de nada.

De aquellos años heroicos la revistera conserva un espíritu combativo. Lo demostró cuando, tras el pinchazo de AstraZeneca, reivindicó el trabajo "impecable" de los profesionales del Zendal, el hospital que Díaz Ayuso levantó con celeridad china para enfrentarse al virus y que Pablo Iglesias quiere cerrar, como si fuese el Valle de los Caídos o el Palacio de la Zarzuela. Monseñor Gabilondo, por su parte, es más sensato y apuesta por dotarlo más y mejor. Un lince.

Con sus alabanzas, Duval se vuelve a calzar los tacones de valkiria con plumas y lentejuelas para apoyar a su modo a la nueva Isabel de España, la Betty Boop mil veces despreciada por la soberbia de maestrillo de Iglesias que puede terminar presidiendo el Gobierno. Nos referimos al de España, claro, el de Madrid ya lo tiene prácticamente en la mano.

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