En torno a la vacuna contra el COVID-19 se vienen produciendo desde hace meses una catarata interminable de noticias. Compañías farmacéuticas que anuncias ensayos, gobiernos que hacen compras masivas, ayudas millonarias a los laboratorios, especulación respecto a plazos de puesta a disposición del remedio o colectivos prioritarios a los que va a ir destinado el medicamento. La Organización Mundial de la Salud ha intentado en los últimos días poner las cosas en su sitio, y advertir de que por mucho que se quiera correr aún quedan unos cuantos meses para que el ansiado tratamiento se ponga a disposición efectiva de la población.

Resulta sonrojante la ligereza con la que algunas compañías aseguran, con total convicción, que antes de final de año el tratamiento estará a disposición de los servicios de salud de los diferentes países. Si a la vergüenza por la falta de rigor en una cuestión que mantiene en vilo a la humanidad, añadimos los altibajos en bolsa de las acciones de esas compañías, el rubor crece y aún más la indignación.

También los gobiernos de Estados Unidos o Rusia utilizan la vacuna para sus propias estrategias políticas o incluso electorales. El presidente Trump, en plena y desaforada campaña electoral, hace gala de que la industria farmacéutica norteamericana será capaz de ganar la carrera y en un tiempo record fabricar la vacuna. De forma similar se ha comportado el presidente ruso Vladimir Putin, en este caso poniendo a su propia hija como ejemplo de destinataria de las primeras vacunas en pruebas.

El destino de la economía mundial y miles de millones de seres humanos, su salud y su bienestar, durante los próximos meses y años, va a depender en gran medida de la fabricación de la vacuna contra el COVID-19 y de que la misma sea accesible al conjunto de la población. Por esa razón deberíamos exigir a las autoridades sanitarias, a la industria y también a los medios de comunicación que fuesen prudentes a la hora hacer determinadas manifestaciones. No se puede jugar con la salud de las personas voluntarias que se están prestando a los ensayos, pero tampoco se deben crear falsas expectativas, por intereses económicos o políticos, respecto a los plazos para el descubrimiento del medicamento.

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