Un vagón 2419 para Putin

Hitler mandó destruir en 1945 el coche en el que se firmó el armisticio de 1918 y la rendición de Francia en 1940

Crece la sensación de que Putin no va a rendirse. Todo lo contrario; a medida que se deteriora la economía rusa, aumenta el nivel de sus amenazas con brutalidad inmisericorde. Tampoco puede perder la guerra; es el dictador de una superpotencia nuclear dispuesto a apretar el botón atómico, con la misma indiferencia con la que bombardea zonas residenciales y destruye puentes, centrales eléctricas o el abastecimiento de agua y alimentos. Así que queda aguantar el tirón y esperar que caiga su régimen.

La semana pasada Putin culpó a occidente incluso de prohibir las obras de Dostoyevski y Chaikovski. Y puso un largo plazo a las penurias: anunció que el planeta entra en la década más peligrosa desde la II Guerra Mundial. Lo hizo con la frialdad del psicópata que se desentiende del daño causado. Si no fuese tan dramático, sería un chiste. Como si cantara aquello de Luis Aguilé en los años 60: "había un peligro en la carretera, no me importaba porque era yo".

Coincide el auge bélico de Putin con el estreno reciente en Netflix una excelente película antibélica ambientada en la I Guerra Mundial, Sin novedad en el frente occidental. Es la tercera adaptación cinematográfica de la novela de Erich Maria Remarque. La primera consiguió el Oscar a la mejor película y al mejor director (Lewis Milestone) en 1930 y esta nueva versión es candidata otra vez a la estatuilla. Cuenta la historia de cuatro muchachos alemanes, idealistas y patriotas, que se alistan voluntarios a una guerra que desde el primer instante les defrauda, los convierte en carne de cañón y los condena a muerte aun después del armisticio firmado en Compiègne.

El vagón de tren en el que se firma, sobre el que no hace énfasis esta película, es famoso, sin embargo. Es conocido por su número, el 2419 de la Compañía Internacional de Wagons-Lits. Era un coche restaurante que se hizo célebre porque durante la gran guerra lo adaptó como oficina el mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de las fuerzas aliadas. La humillante capitulación del imperio alemán llevó a Hitler a reutilizarlo para la rendición de Francia en junio de 1940. Antes había sido pieza de museo en París y Compiègne. Hitler se lo llevó como trofeo de guerra a Berlín, pero lo mandó destruir en 1945, para evitar que fuese usado de nuevo para la rendición del Tercer Reich.

Una pena, porque cuando quiera que el mundo consiga doblegar al imperio ruso de Putin, un vagón 2419 es el escenario que merecería este dictador para su rendición.

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