Metafóricamente hablando

Antonia Amate

La varita mágica de Marta

A veces, al transcurrir los años, una no encuentra explicación a las cosas que hizo

Anoche estuve hurgando en el fondo de ese cajón de las cosas inútiles, aquellas que se van acumulando a lo largo de los años, porque nos duele desprendernos de ellas, sin saber muy bien porqué. Encontré aquel diente de Carlitos que olvidó llevarse el ratoncito Pérez, después de dejarle bajo la almohada un billete de cien pesetas, y recordé el alborozo que sintió cuando se acercó a nuestra cama a contarnos la sorpresa de su descubrimiento. De un plumazo se le olvidó la mella que tanto le había hecho llorar la noche anterior, cuando se acercó gimiendo, con un diente en la mano y un hilillo de sangre corriendo por sus labios. No hubo forma de consolarlo aquella noche, a pesar de asegurarle que el diente volvería a salirle de nuevo, y que a todos nos había ocurrido lo mismo cuando éramos unos niños como él. Su padre le contó la consabida historia del ratoncito Pérez, pero el, incrédulo, le dijo muy serio que ese bichito no existía, él nunca lo había visto y además, no creía que tuviese dinero y si lo tenía: porqué se lo iba a regalar a él? Entre sollozos y la lectura de un libro, se durmió Carlitos, hasta que se despertó intrigado, y metiendo la manita bajo la almohada, descubrió el billete pero, ni rastro del pequeño ratón dadivoso. Apreté con fuerza el pequeño tesoro encontrado, y seguí rebuscando en el cajón de las sorpresas. Esta vez fue una bolsita con unos palitos en su interior, que resultaron ser las velas de cumpleaños de Marta, las de sus seis años. A veces, al transcurrir los años, una no encuentra explicación a las cosas que hizo, me pregunté por qué guardé esas velas y no otras, por qué las de los seis y no las de los 7 o los 10, pero no hallé la respuesta, que se quedó escondida en los entresijos de la memoria. Más adentro, mi mano se topó con algo largo y fino, como una vara, y tiré de ella. Era la varita mágica de su cuento de hadas favorito. Marta era una gran lectora, aun cuando no sabía leer, su mayor entretenimiento era abrir un libro e ir pasando sus páginas, siempre pensamos que fue por imitación, pero con el transcurso de los años pudimos comprobar que es una afición muy interiorizada. Aquel cuento fue uno de los primeros que ella aprendió a deletrear, guardaba en su interior un castillo que, al abrir sus hojas, se desplegaba ante ella como por arte de magia. En el estuche en el que venía ese cuento extraordinario, también había una varita mágica, que tenía el poder de convertir una rana en un bello príncipe, pero por más que lo intentó Martita, ni encontró una rana en sus paseos, ni mucho menos a un príncipe, a pesar de que ya tenía 30 años. Como todos los niños desilusionados, tiró la varita mágica que, extraordinariamente, apareció ahora, exactamente a las ocho de la tarde, en el momento en que Marta ya estaría durmiendo a su hija. El tiempo es un animal incontenible, que corre hacia ninguna parte.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios