La vela se agota

Una excelente metáfora para el actual soberano emérito, que parece vivir una encrucijada similar

Estudiando atentamente el cuadro de La familia del Infante don Luis, el más vivo e intenso retrato de grupo de la pintura española moderna, pintado por Goya en 1784, quiero hacer notar el inmenso parecido físico entre el protagonista de la obra -hermano menor de Carlos III- y el emérito Juan Carlos I. El genio aragonés captó a don Luis de Borbón un año antes de morir, viejo y como traspuesto, rodeado de su familia, de su pequeña corte de sirvientes y artistas, incluido el propio Goya ; un conjunto de retratos asombroso, por la veracidad de los personajes que casi respiran. De no ser por la hinchazón física que acusa nuestro emérito por causa de su vejez y deterioro, el parecido con don Luis sería exacto, milagroso, como dos gotas de agua. En el cuadro, el infante está virtualmente desconectado de todos los seres que le rodean; no existe la menor comunicación con ellos. Absorto, como alucinado, contempla -con una mirada perdida en el infinito- la llama de una vela que se va agotando, sobre la mesa frente a la que está sentado. Es una mirada que, en realidad, no se dirige a ningún lado ni se percata de objeto alguno; a fuerza de concentrarse en la débil llama se aísla más y más… y medita- quizá- sobre su vida y su suerte. Estaba haciendo un solitario con una baraja de cartas y ha detenido su actividad; un instante congelado y petrificado, una metáfora crepuscular, como si adivinara su cercano fin. Sobre la mesa, jugaba las últimas cartas que le quedaban, misteriosas e imprevisibles, como la misma vida. Goya eligió para su obra una ambientación nocturna -extraña a un retrato aúlico de la época- y consiguió transmitir una premonición del derrumbamiento en ciernes. Una excelente metáfora para el actual soberano emérito, que parece vivir una encrucijada similar, un asombroso paralelismo en la fase postrera de su existencia. Don Luis se hizo retratar por Goya en su destierro de Arenas de San Pedro, tras ser expulsado de la corte por su hermano, el rey Carlos III, a causa de su vida libertina y porque, al parecer, aspiró también al trono, mal aconsejado por su madre. Le obligaron a casarse con una joven plebeya, María Teresa de Vallabriga, y así tener coartada para forzarlo a renunciar a todos sus derechos dinásticos. Goya ha sabido retratar, magistralmente, el ocaso inevitable de una corte, y a nadie se le escapa que la monarquía española de hoy atraviesa una coyuntura también crepuscular.

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