El cañillo

Francisco G. Luque

Los veranos de antes

Este verano se me ha pasado volando. No tengo ni idea si será cosa de la edad, del ritmo frenético que vida que se suele llevar hoy en día o por el estrés que me ha generado todo esto de la pandemia, sobre todo por la ineptitud de los políticos a la hora de gestionar dicho problema: ahora abren los bares pero no los campos de fútbol, luego al revés, que si cambiamos de hora de cierre de la hostelería cada semana, que si ya podemos quitarnos la mascarilla pero es obligatoria en algunos sitios o todo el lío de las vacunas, que aún no me ha quedado muy claro si voy a tener que vacunarme otra vez en unos pocos meses. En fin, una locura todo. Ojalá pudiese retroceder en el tiempo y volver a mi infancia. Mi madre me bañaba en crema y a correr por la orilla desnudo, sin mirar los relojes, sin escuchar el sonido de una notificación de móvil, sin preocuparme de subir una foto a redes sociales, sin compromisos, ni personales ni laborales. Cuanto se echan de menos los veranos de antes, esos que parecían eternos para un crío. Por lo menos hasta que veía a sus padres forrar los libros para la vuelta al cole.

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