La Resistencia

Luz Belinda Rodríguez

De la verdad y otras mentiras

Atrás quedaron los tiempos en los que el objetivo del comunicador era convencer y no vencer

Vivimos tiempos complejos, paradójicos, tiempos en los que la facilidad para acceder a la información nos ha conducido a estar más desinformados que nunca. Y es que las respuestas a problemas complejos no caben en los ciento veinte caracteres de twitter. Pero estos son los tiempos de twitter, la época dorada de los trolls y los haters. La política a golpe de tuits, o lo que es peor, de foto con filtro en instagram. Esta es la era de la palabra gruesa callando a la palabra elegante, la falacia venciendo la argumentación serena.

Con las redes sociales igualando la opinión del culto y del ignorante, convertidas en cámara de ecos o caja de resonancia de rumores y calumnias, se ha cumplido la peor de las pesadillas de Ortega y Gasset, de las que nos advirtió en la Rebelión de las Masas, obra que todo el mundo debería leer, pues refleja la dictadura de una opinión pública construida desde la mediocridad del hombre-masa a la que asistimos en una actualidad a golpe de like o emoticono de Whatsapp.

Han dejado de importar las razones, los hechos, la objetividad; ahora sólo valen los seguidores, el número de incondicionales que puedas sumar. El éxito se mide por la cantidad de ruido que generen tus seguidores al replicar la posverdad de turno, esa distorsión de la realidad que apela a las emociones para evitar que la razón observe el intento de manipulación que encierra el mensaje.

La mentira de nuestros tiempos se construye con verdades a medias que sólo intoxican. En esta realidad de lo inmediato parece no importar mentir, porque lo único que se busca es el aplauso facilón de los convencidos. Atrás quedaron los tiempos en los que el objetivo del comunicador era convencer y no vencer. Ahora se estila el mugido, cuanto más sonoro mejor. La algarada de unos y otros, coces dialécticas de quien seguramente no puede hilar más de dos subordinadas seguidas. Es la época de la plebe festejando la lucha en la arena del circo romano.

Y la culpa la tenemos todos. Políticos, periodistas, ciudadanos. Todos tenemos la culpa de vivir inmersos en la posverdad, de usar las redes sociales para dar pábulo a los rumores, los insultos, el descrédito y no usarlos para el sano debate y lo más importante, acercarnos unos a otros. Todos, sin excepción, somos culpables de elogiar los vestidos del rey. Pero el rey está desnudo.

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