La Resistencia

Luz Belinda Rodríguez

Parlamentaria andaluza por Almería

La verdad y el tiempo

Algún recuerdo en el que lo que un tiempo toleramos como error, acabó tornándose en actitudes intolerables

L A verdad es como ese árbol de crecimiento lento. Tarda en crecer y en dar frutos, pero con el tiempo se convierte en un ecosistema de vida. Y es ahí cuando desarrolla su capacidad por completo. Cuando su utilidad se hace palpable. Es pasar de lo potencial a lo material.

Y, como todo en la vida, la verdad necesita al tiempo. Es el aliado perfecto para que todo ocupe su lugar. Igual que el tiempo convierte en árbol fuerte que da fruto y sombra a la pequeña y débil semilla, es lo que acaba por otorgar el título de verdad a las posturas concretas. Vamos, como en todo, de lo concreto a lo general.

Además, podemos vivir el proceso contrario: el tiempo acaba enseñando, ya que es el mejor maestro que podemos tener, que lo que antes defendíamos como verdad, acaba siendo una triste desilusión. Aquello que defendíamos con valor, enfrentándonos incluso a quienes nos quisieron avisar del error que probablemente estábamos cometiendo, abandona su forma de semilla, brota, y nos arroja una sombra oscura en la cual hace frío, y desde allí observamos que el fruto no era el esperado.

Nadie está exento de equivocarse. Y quien diga lo contrario, quien afirme que siempre está en lo correcto, es el más equivocado de todos. Igual que la acción del agua modifica el paisaje, también nuestra evolución como personas y las experiencias que vivimos en nuestro camino, acaban por modificar la forma que tenemos de ver las cosas. Todos tenemos algún recuerdo en el que lo que un tiempo toleramos considerándolo error, acabó tornándose en actitudes intolerables.

El tiempo nos permite ir viendo que la vida no se compone de blancos y de negros. Y al igual que la vida no se distribuye de una forma simple, la verdad tampoco. Todo puede verse desde distintos puntos de vista y es muy probable que en varios de ellos exista un porcentaje de verdad. Es un prisma, y debemos acercarnos a ella comprendiéndolo.

Y lo mismo que lo anterior es una realidad asumible por todos, no es menos cierto que los hechos se arrojan a la cara de quienes los viven y se muestran crudos y desnudos. Hay comportamientos y actitudes que no merecen discusión por lo evidentes y vulgares que son.

Por eso, debemos ser como esos viejos árboles, y darnos el tiempo necesario. Básicamente, porque hasta que perdemos la última hoja, seguimos aprendiendo. Y hasta la raíz, todo es tronco.

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