Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El viajar es un placer

Tú a Santiago, yo a Cádiz; nos vamos tres matrimonios a Lanzarote; gracias por echar un vistazo a los gatos

Aun careciendo de evidencia alguna, es de temerse que estos días que tenemos por delante -algunos ya tienen algunas jornadas de asueto por detrás-son excepcionales, y se malicia uno que el lector de prensa habitual deja en algún desuso sus gafas de leer durante estas vacaciones de cuaresma y primavera. Los programas de actividades, con los planes de comida como ancla y núcleo central de las cortas vacaciones, no dan mucha cancha a la lectura: abandonad toda esperanza. Las estelas de los aviones repletos y quemando querosén a hierro se multiplican. Escasean, si es que los hay todavía, billetes de tren de ida ni de vuelta; los coches se cruzan por todo el país, quizá en un juego de suma cero, una cámara de compensación de turismo interior.

Tú a Santiago, yo a Cádiz; nos vamos tres matrimonios a Lanzarote, gracias por ir a casa a echar un vistazo a los gatos. Los de un sitio a otro distinto, y viceversa, con los tanques llenos del precioso carburante: si nos indignábamos con rigidez consumidora con el litro a casi dos euros hace pocos días, de pronto nuestra demanda en el surtidor se vuelve elástica como blandiblú. El añejo billete de 50 de los más miraditos, esclavizado en la cartera "por no cambiar", recibe su manumisión en un bonito pueblo lejano al hogar, con una alegría desusada por parte de quien es agarrado como una pelea de monos chicos. El brócoli y la sin alcohol y el sin gluten se mandan al banquillo hasta el lunes. Los tempraneros en tierra extraña viven su primera ansiedad cotidiana pidiendo el desayuno en un sitio encantador donde no hay tostadas y sí dulces, o al contrario, según. Bebemos mucho zumo de naranja. En el bufet del hotel, comemos hasta gominolas y huevos revueltos: "Ah, me encantan". El turista de cualquier edad es cándido, y nerviosillo.

Las ciudades procesionales están de bote en bote: forasteros y nativos hombro con hombro, y nunca mejor dicho. Se exigen mascarillas, y vuelven las manos largas por la retambufa en medio del mogollón. Los que sienten fervor religioso y de hermandad se mezclan con los que matan por un bullicio con acceso gratuito. Algún alcalde pide "buenas maneras y educación", y a uno eso ya le parece un argumento para votarlo en las próximas elecciones. La Semana Santa, después de la larga travesía de la pandemia que atacaba como el Alien de Ridley Scott -ahora sí y ahora no-, lo va a petar en 2022. Otros se irán al pueblo de sus antepasados, que a fin de cuentas es suyo. Aunque los que allí viven les dirán: "Tú eres forastero, pero de aquí".

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