El viaje

Y me he puesto a imaginar un viaje a las antípodas, digamos que a Nueva Zelanda.Y me he visto en la ciudad de Auckland

Desde mi posición, en la cima se apreciaba, recortada contra el cielo, la figura afilada de un árbol. Y bajo el árbol una sombra que se despeñaba por el terraplén. El camino hasta arriba resultaba tortuoso y empedrado, y para seguir subiendo, a veces, se hacía necesario echar las manos a la tierra o impulsarse agarrado a las ramas resecas de los arbustos. Eran ásperas y cortaban como cuchillas, por lo que protegíamos las palmas de las manos con la bocamanga de la camiseta, a modo de manoplas. Al llegar a lo alto, empequeñecido por la mole que suponía el horizonte, extenuado, con los brazos apoyados sobre las rodillas, resoplé. Allí me pude dar cuenta de lo minúsculo que soy, pero, sin embargo, todo lo que me rodeaba estaba por debajo del lugar en el que finalmente me había sentado: una piedra recubierta de musgo sobre la que caía la sombra escuálida de aquel árbol solitario. Ya solo quedaba una cosa: desandar el camino y bajar. Ahora me veo así. Tengo casi cincuenta años, y desde esta posición, cuando me paro a mirar, advierto que ya soy mucho mayor que casi todo lo que me rodea, pero, a diferencia de aquella subida, soy plenamente consciente de que este camino es de un solo sentido por lo que no me cabe otra que seguir subiendo. En la famosísima y oscarizada película animada de Pixar: UP, un viudo de edad avanzada llamado Carl Fredricksen y un joven scout de nombre Russell, viajan a Venezuela, a Cataratas del Paraíso, en el interior de una casa suspendida por los aires con globos hinchados con helio.

Y me ha dado en pensar que lo que hizo un señor entrado en años, bien que lo puedo emular yo. Y me he puesto a imaginar un viaje a las antípodas, digamos que a Nueva Zelanda. Y me he visto en la ciudad de Auckland, sentado en los jardines de invierno, mirando la autocaravana Volkswagen, con sus faros redondos encendidos, que me va a hacer saltar de la gran isla del norte a la del sur. Y como soñar es gratis, me ha dado por pensar que cuarenta y cinco días darían para una magnífica aventura polinésica, para un maravilloso cuaderno de bitácora con el que poder contarlo a todos aquellos que me leen. Y que además eso lo puedo hacer porque el trabajo me seguirá esperando a mi vuelta, así como si nada, y mi familia me apoyará abiertamente en esta aventura inédita en el perfil de un abogado de vida sedentaria y previsible.

Ya veremos qué pasa cuando me despierte…

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