Siempre he admirado a esa clase de personas que, por una razón u otra, han seguido adelante sin necesidad de vender su dolor para conseguir la compasión de nada ni de nadie. Quizás, en un alarde de dignidad, por no tener que vender algo tan íntimo como la dignidad. El dolor es una de nuestras patrias más íntimas que legítimas nos pertenece. Quizás es por ello, que por lo que todo sufrimiento necesite el respeto y el espacio que merece. Yo, por ejemplo, he sido pasto del dolor y tú amor la luz que anida en mis heridas.

Sin embargo, existe miembros de ciertos grupos de especímenes que usan su dolor, lo mal venden y lo comercializan al mejor postor. El victimismo tiene más mártires que las propias guerras. Una conducta que se torna una auténtica tentación para aquellos seres humanos que no quieren asumir sus responsabilidades y que las delegan en los demás, en una ademan de purificar así su alma.

Así se nos presenta dos opciones, por lo general, para intentar hacer frente a este tipo de individuos. Mirar hacia otro lado y dejarnos embaucar hasta los límites de nuestras almas, hasta caer exhaustos.

En la mayoría de las ocasiones, la víctima utiliza la coacción emocional la pena o el chantaje para conseguir sus objetivos. En otras, suele delegar las responsabilidades en los demás. No suelen tener ningún problema y siempre tienen la razón. Utilizan la acusación y el reproche como medio de consecución de sus objetivos. Y presos de este círculo vicioso siempre aparece un salvador -típico en redes sociales y en la realidad palpable del día a día: aquí no suele haber metáfora-. Este individuo o prócer suele comparecerse de la víctima, para así obtener el rédito de la gestión de la autoestima y encumbrarse como ese ser superior ante cualquier obstáculo. Eso sí, siempre de una manera muy humilde.

La sociedad en sí nos arrastra, a través de los medios de comunicación, redes sociales o de la propia coacción social a ser compresivos. Transformándose en una forma de manipulación y no como una herramienta para solucionar problemas. Deformándose la naturaleza última del concepto y, por ende, del individuo. La víctima es el nuevo héroe y nosotros somos sus benefactores. Solo tenemos que ver cómo se ejercen los diferentes liderazgos y cómo al final gestionan sus victorias y sus fracasos.

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