Tengo ante mi mesa, desplegados como un abanico, varios recortes de prensa con actitudes machistas en donde la violación, el desprecio y la violencia hasta asesinarlas duelen hasta decir basta. Las mujeres, desde tiempo inmemorial, aspiran a una vida libre de violencia. Una frase sencilla, pero que encierra un importante número de riesgos, discriminaciones y ámbitos de desigualdad que se ciernen sobre sus vidas por su condición social de ser mujeres. Nuestra sociedad reconoce que el 25 de noviembre sea el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres y se suma al rechazo de la violencia. Veremos numerosos lazos lilas en escaparates, solapas, medios de comunicación, etc, lazos que enarbolan su rechazo a la violencia machista y patriarcal. Para este 25-N quiero hacer referencia especial a tres cuestiones: la primera, la amplitud de la violencia de género, que incluye explotación sexual, matrimonios forzados, mutilación genital, violaciones masivas en conflictos bélicos y una galería de horrores ente las que hay que actuar más allá de las palabras "políticas". La segunda, no echar en olvido a los hijos de las mujeres maltratadas, maltratados también, no solo físicamente, siendo blanco de un daño psicológico que les marcará de por vida. Y la tercera, la situación de crisis económica que vivimos. Una mujer dependiente de ataduras es una mujer sin libertad para denunciar, abocada a aguantar. La pérdida progresiva de libertad, el miedo, el sentimiento de culpa convierten a algunas víctimas en defensoras de sus agresores. Tal vez viven un extraño síndrome de Estocolmo que las hace comprensivas y benevolentes con sus "amos", quitándole acritud a sus actos, a veces por el miedo a la represalia, e incluso cree la víctima que está en juego el bienestar familiar. Tristemente muchos de ellos son intimidación, chantaje y otras formas de violencia de hombres. Son sutiles, inapreciables, y soterradas. Y siempre tienen apariencia de cariño. "No vayas con tu familia, me dejarás muy solo"; "Prefiero que no veas a tu amiga, no me agrada"; "quítate ese vestido, vas provocando"; "dame la clave de tu móvil, no hay secretos entre nosotros". Cabe un larguísimo etcétera de ejemplos, frases lapidarias y manipulaciones con los que ejercen el control.
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