La violencia emboscada

Hablar o presumir de "poder-no-violento", como se hace en Cataluña, es un oxímoron ingenuo o malicioso

No fueron muchas las críticas generadas por la ineficacia de la euroorden para la cooperación judicial en la UE, pero menos aún, las ocasionadas por la alusión a la falta de violencia concurrente en el procés catalán que arguyó el Tribunal alemán de Schleswig-Holstein para denegar la extradición de Puigdemont, reclamada por el T. Supremo. Algo que acaso se entienda si recordamos lo que ya advirtió una alemana experta, a su pesar, en la materia, por ser judía y víctima de la violencia nazi, H. Arendt, en su tratado "Sobre la violencia", al denunciar que la instrumentación de la violencia política raramente ha sido objeto de estudio como fenómeno específico a pesar del importantísimo papel que ha jugado en la civilización humana. O que, incomprensiblemente, aún en el siglo XX, quizá el más violento de la historia, se siga reservando el término violencia para aludir a la brutalidad pura y dura, pero se ignore o minimice su vinculación con la fuerza potencial que sostiene el poder legal que hoy la monopoliza. Una combinación, poder y violencia legítima, que ya M. Weber detectó como medio de opresión para que el hombre domine a otros hombres, en tanto que la violencia forma parte inseparable del poder, aunque se manifieste en toda su fiereza solo cuando el poder peligra. De forma que hablar o presumir de "poder-no-violento", como se hace en Cataluña, es un oxímoron ingenuo o malicioso, no sé qué es peor. O calificar de exigua la violencia emboscada que alentó el "procés" promovido por quien ostentaba el gobierno catalán, como hace el tribunal alemán, una incongruencia. Porque la posibilidad de violentar las leyes, como se hizo el 6 y 7 de septiembre y 1º de octubre pasados, solo estaba al alcance de quien ostentaba el poder intimidante del Estado en ese territorio, con todos sus mecanismos de fuerza operativa. O sea, por ese nacionalismo supremacista y fanatizado que, al no tener raíces biológicas, sino ideológicas, necesita imponer la proyección social de sus doctrinas, lo que allí hace sin obstáculos, porque las impone desde las propias instituciones. Y sin apenas discusiones porque, como surgen de emociones primarias que van más allá de la razón, no hay razones que puedan disuadirlas. Aunque sí las haya para maliciar, ay, que antes o después, sea la violencia pura, la bruta, la emboscada en el poder, su último gran argumento para violentar la realidad existencial del otro.

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