El virus del miedo

Cuando no vemos la cara del enemigo, lo vemos por todos lados y nos volvemos víctimas de la peor de las enfermedadesCataluña siempre ha estado dentro de España desde su romanización

Miedo. Tenemos tanto miedo que nos ciega la razón y nos nubla las conciencias. Decía Cicerón en sus "Tusculanas" que el miedo es la desazonada previsión de un sufrimiento futuro. Pocas definiciones se me ocurren mejores que ésta porque, en efecto, nos inquieta y saca de nuestras casillas la idea de los males que se nos pueden venir encima. No se me hace casual que nuestra sociedad occidental del siglo XXI haya hecho de la ira, el temor y la desesperación su seña de identidad: enfadados y aterrorizados, perdemos la consciencia de nuestras posibilidades y dejamos de ser sociedad para convertirnos en tropel de individuos. Parece casi una consecuencia natural de ese egoísmo neoliberal que se ha implantado en nuestro mundo, que eleva a los altares el logro personal, justifica la agresión preventiva al otro y ensalza ante todo a la persona que destaca sobre los demás. La cara oculta de esa Luna es que acabamos percibiéndonos solos, aislados, ajenos a la manada que constituye nuestra esencia de monos tecnológicos.

De vez en cuando aparece un nuevo Virus del Fin del Mundo y allá que perdemos la calma y presas del pánico nos retorcemos las manos, temerosos de cuándo llegará nuestra hora fatal. El miedo, esa inquieta previsión del sufrimiento, se difunde a través de imágenes difusas y sin identidad. Podemos luchar contra quien tiene rostro, podemos enfrentarnos a una situación concreta, pero difícilmente conseguimos mantener la serenidad cuando la amenaza es inconcreta, invisible, insidiosa. Cuando no vemos la cara del enemigo, lo vemos por todos lados y nos volvemos víctimas de la peor de las enfermedades, la que nos lleva al sálvese quien pueda, a sobrevivir prescindiendo de todo filtro moral o ético. Escribía el historiador griego Tucídides que, asediada Atenas, se declaró en ella una epidemia terrible. Muchos murieron y los que quedaban vivos le perdieron el respeto a las leyes, sabedores de que el castigo no los iba a coger vivos. La democracia cayó víctima del temor a la muerte. El miedo nos impide pensar en nadie que no seamos nosotros mismos, disuelve los lazos sociales y acaba con la solidaridad. En momentos como los que hoy vivimos, es necesario protegerse sin perseguir a los enfermos e informarse sin caer en las garras de los insensatos. Somos una sociedad avanzada: demostremos que somos capaces de actuar como personas conscientes, no como hordas enloquecidas.

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