La tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Una visión inhumana del hombre

UN problema central de nuestra cultura hoy es que se fundamenta en un modelo antropológico falso. Se basa en ideas cuyo beneficio para el hombre se ha demostrado históricamente nulo, adobadas con ribetes cientifistas y criterios con frecuencia contradictorios, tomados del relativismo y utilitarismo posmodernos que siguió a los años sesenta del pasado siglo.

Leyes, comportamientos colectivos, contenidos educativos y culturales, sólo aparentemente inconexos, obedecen en el presente a dicho modelo. Se trata, pues, de una visión del hombre que se muestra bajo apariencia de servir a su felicidad, pero que, a la larga, se vuelve en contra del mismo.

Por falso debemos entender que no se compadece con la naturaleza inmaterial del hombre, a la que niega continuamente el pan y la sal. Ello se significa en el olvido de las aportaciones fundamentales sobre la misma, fruto de la experiencia de nuestros antepasados, a quienes se desprecia con evidente presunción.

Lo que hoy tenemos es un puzzle de tópicos voluntaristas e inconsistentes. Así, al intentar la mejora de la vida humana, total o parcialmente, sin respeto a los límites de dicha naturaleza, en lugar de lograr el fin pretendido, se agravan los problemas. Y no me refiero sólo a los menores, sino también a los de hondo calado.

Por ejemplo, no se puede reformar la enseñanza con recetas utópicas e ideológicas aplicadas al niño o al joven, o sin respeto por los condicionamientos de su edad. A partir de un enfoque erróneo del significado de la sexualidad en la vida personal y social, tampoco cabe esperar un aumento adecuado de la natalidad ni un fortalecimiento de la unión conyugal; o que disminuyan los malos tratos a mujeres, decrezca el número de abortos y no progresen las enfermedades de transmisión sexual. El éxito o la utilidad aparentemente conseguidos no pueden ser criterios éticos universales que justifiquen determinadas acciones, por muchos visos de humanidad con que se presenten. Tal ocurre con determinadas prácticas médicas y manipulaciones genéticas. Así, en lugar de vencer la dolencia que nos aqueja, desarrollamos los tumores que impiden la curación.

Con frecuencia, los agentes son conscientes de ello, pero están tan aferrados acríticamente a unos determinados criterios y supuestos ideológicos oscurecedores de la verdad que se desvían de la estrategia correcta para remover los males, a pesar de que muchas de estas personas son bienintencionadas y altruistas.

Otras veces, en cambio, se trata de meros usufructuarios del sistema que, conociendo su dependencia del mismo, se sienten obligados a asentir. Es muy difícil, a veces casi heroico, ir contra corriente cuando todo parece apuntar en una determinada dirección, que, además, se dice coincidente con la del progreso. Peor aún que se quiera imponer al resto esta visión del mundo como si fuese la única posible y válida, basados en una aparente tolerancia.

Perdido el sentido de la orientación, existe en nuestro tiempo una verdadera dificultad para identificar las raíces de los problemas de la sociedad y combatirlos acertadamente; antes bien, nos quedamos en la mera superficie de los mismos, cuando no confundimos la enfermedad con el remedio.

Por el momento, no ha bastado que la experiencia diaria venga a confirmar el fracaso. Será preciso esperar a que se agote el modelo antropológico referido, ahogado en sus propias contradicciones, antes de que la fuerza del cambio, hoy todavía incipiente, pueda sustituirlo, y se acepte humildemente la capitulación, convencidos de su conveniencia.

Para que esto llegue, tal vez se precise el renuevo generacional. El problema es, sin embargo, que los llamados a él aparecen al presente subsumidos en ese mismo modelo en el cual han sido educados, y de momento carecen de la fuerza y la conciencia suficientes para apoyar la necesaria sustitución.

No se trataría tanto de revoluciones similares a las del siglo XX, la mayoría erradas, cuanto de una transformación para re-situar al hombre, a pesar de sus carencias, en el mundo y recuperar su humanidad, en lugar de propiciar una huida hacia delante, incierta y condenada al fracaso. En resumidas cuentas, volver a considerar qué concepto del mismo provee realmente a su dicha.

Entretanto será preciso insistir a tiempo y a destiempo, y, sobre todo, mantener la llama viva, el testigo en medio de la vorágine, aunque ello desate las iras del pensamiento que alimenta la cultura dominante y de sus gurús. En otras palabras, aceptando cuanto menos la falaz consideración de anacrónica para la alternativa e, incluso, la acusación de enemigos de la felicidad y del progreso para sus defensores. El futuro terminará dando la razón a éstos y mostrando la gratuidad de los presupuestos hoy de moda, aunque para entonces, apenas ya pueda recordarse su contribución.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios