Aquí no hay quien viva

Gracias al confinamiento hemos averiguado quiénes somos, quiénes son y dónde está la llave de los contadores

Si, en efecto, aquí ya no hay quien viva. En nuestro círculo más cercano las relaciones sociales se han deteriorado mucho. El hecho de ejercer la ciudadanía se ha convertido en una práctica de desconfianza y de egoísmo, un darwinismo social agresivo que no se regula por las instituciones sino que se deja en manos del libre albedrío. La célebre serie de televisión, con el mismo nombre, mostraba todo esto; hacía una crítica muy visible de nuestro modelo de familia y de sociedad. Lo mismo ocurre hoy día con "La que se avecina" sucesora de la anterior y con "The Simpson", respecto a la sociedad norteamericana. Todas estos son productos de consumo televisivo con doble lectura, y aunque no lo parezcan, tremendamente incisivos. En el caso de lo gestado aquí, con la sociedad española. Además demuestran como en la televisión puede haber filosofía o cómo es posible encontrarla allí. Por ejemplo, en un análisis hermenéutico es posible encontrar en estas series el recurso del esperpento de Valle-Inclán, como medio para la visibilizacion de los problemas. O a la tragedia de Aristóteles, al ser este el sentido de la existencia humana narrado a través de los guiones. Incluso al absurdismo y el humor irónico de Berlanga. Todo es tan tétrico en su cine que la única salida es convertirlo todo en anecdótico para la supervivencia emocional. Y eso parecen estas series, una conversión cómica a lo anecdótico desde el drama. La verdad es que en los contenidos los roles sociales han cambiado y la mentira ha suplantado al conocimiento y al intelectualismo. En la herida de muerte clase media todo es ya un esperpento: nadie se fía ya de nadie, los dioses no existen, el hombre de Hobbes es un lobo para el hombre, y el individualismo va camino de ser un dogma con templo propio. En este derredor ni la educación ni el estado velan por la moral que pidió Aranguren en su Estado de Justicia. Las relaciones sociales son arenas movedizas donde el odio y la desconfianza por el prójimo se ha adueñado de nosotros. Aquí no hay quién viva, ni quién duerma, ni quién encuentre la paz entre pasillos y ascensores o entre reuniones de comunidad y visitas a los buzones. No hay quién viva ni hay quién deje vivir. Y a todo esto llaman al timbre y vienen unos señores de amarillo a pedir la llave de los contadores, como si alguna vez la hubiéramos tenido o supiéramos dónde está.

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